Los países del Golfo tienen una estrategia clara vinculada al deporte y la están aplicando hasta las últimas consecuencias. Más que criticarla, el resto de países debería contribuir a su adecuada implantación. Surgen claras oportunidades de desarrollo de negocio en múltiples sectores.
El 2 de diciembre de 2010 la FIFA decidía en su sede de Zúrich que las copas del Mundo de Fútbol de 2018 y 2022 serían organizadas en Rusia y Catar, respectivamente. Celebrar un mundial en un país de de dos millones de habitantes, que tiene que construir prácticamente todos los estadios y, lo más importante, con temperaturas de 50 grados centígrados y altas cotas de humedad en verano, época del mundial, parece una decisión difícilmente justificable.
Más allá de entrar en la forma en que la FIFA tomó esta decisión, que en estos momentos está siendo investigada, la concesión a Catar del evento deportivo más importante a nivel internacional, junto con los Juegos Olímpicos, es la consecuencia de una estrategia definida hace años que está utilizando el deporte como instrumento, tanto de proyección internacional como de atracción de acontecimientos y actividades de diversa índole. Esto es precisamente lo que se conoce como diplomacia deportiva, es decir, poner el deporte al servicio de los intereses y objetivos internacionales de una empresa o de un país o, como en este caso, de un conjunto de países.
Los países del golfo Pérsico, fundamentalmente, llevan años apostando decididamente por utilizar el deporte como instrumento internacional para que contribuya a la consecución de sus objetivos nacionales.
En el caso más destacado, Catar, el país va a organizar en los próximos años prácticamente todos los eventos deportivos internacionales más relevantes. Entre ellos, el Mundial de Balonmano en 2015, el de Ciclismo en 2016, el de Gimnasia Artística en 2018 y el de Fútbol en 2022. Recientemente,…