Editorial: Grand Central Publishing
Fecha: 2014
Páginas: 320

Young Money. Inside the Hidden World of Wall Street’s Post-Crash Recruits

Kevin Roose
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Jefes déspotas y neuróticos. 100 horas de trabajo a la semana. Meses y meses sin apenas dormir. Empleados que se pierden el nacimiento de sus hijos con tal de estar al pie del cañón. El escaso tiempo libre, ahogado en la barra de un bar. No es Oliver Twist, ni un taller textil en Bangladesh: es Wall Street. En Young Money, Kevin Roose –columnista en la revista New York y autor de The Unlikely Disciple– se zambulle en el mundo desenfrenado de la banca de la inversión. Lo hace centrándose en el peldaño más bajo de la cadena alimenticia: los estudiantes de universidades de élite que aterrizan en los bancos de inversión esperando comerse el mundo. Pero más bien es el mundo el que los tritura.

Roose avanza por una senda trillada. Clásicos como Liar’s Poker ya dieron constancia de los excesos, laborales y personales, que se han convertido en el santo y seña de tantos ejecutivos americanos. El lobo de Wall Street, estrenada a la vez que Young Money, expone de forma feroz y brillante la cultura delirante de los yuppies en los 80. A estas alturas, el público está curado de espantos frente a los Gordon Gekko de turno.

Young Money no cae en  estos tópicos porque se centra en analistas primerizos, aún inseguros, aún dudando de su vocación profesional. “A pesar de su estructura imponente y jerga incomprensible, Wall Street es y siempre será un emprendimiento humano”, observa Roose. “Son personas, y no máquinas, las que llevan el sector financiero. Y esa humanidad básica es más pronunciada entre los banqueros jóvenes, que aún no han hecho suya la ética despiadada y tecnocrática de Wall Street”. Así, y a lo largo de varios años, el autor sigue a ocho jóvenes que ingresan en gigantes de la banca de inversión –Goldman Sachs, Morgan Stanley, Bank of America, Merrill Lynch, Citigroup, y Deutsche Bank. Los resultados de su investigación son espeluznantes.

¿Qué crisis?

En primer lugar, la respuesta a una de las preguntas de Roose (¿Ha cambiado Wall Street desde el desplome financiero de 2008?) es un “no” rotundo. El sector financiero sigue ofreciendo la posibilidad de realizar el sueño americano, otorgando movilidad social a familias de clase media –una virtud que también queda reflejada en la película de Martin Scorsese-. También se aprecia un cambio de conducta superficial. Los ejecutivos que “se ponían rayas de coca en el culo de una stripper”, según un veterano, son cosa del pasado.

Más allá de eso, las excursiones infiltradas de Roose confirman que un número considerable de los ejecutivos de Wall Street son individuos repugnantes. Véanse los tipos que encuentra en Fashion Meets Finance, un evento con tintes de darwinismo social que junta a banqueros con modelos. O la cena de una sociedad secreta de Wall Street, la elitista Kappa Beta Phi, en la que el periodista consigue infiltrarse. “Había tanto dinero y poder concentrado”, observa Roose, “ que si hubieses dejado caer una bomba en el tejado, el mundo de la finanza global tal y como lo conocemos podría haber dejado de existir”. Entre chistes homófobos y machistas, los ínclitos se ríen a carcajada limpia del rescate que acaba de desembolsar el gobierno estadounidense –700.000 millones de dólares– para rescatar un sector financiero que ellos mismos han llevado al borde del precipicio. Por lo menos ellos mismos se encargan de sentarse a comer aparte.

A pesar de todo, Wall Street retiene su glamour. En 2010, 36% de los graduados de la prestigiosa universidad de Princeton que encontraron trabajo lo hicieron en el sector financiero. La ironía es que, mediante sus campañas agresivas en universidades de élite, Wall Street se convierte en la opción de carrera conservadora para muchos alumnos que siguen sin saber a qué se quieren dedicar.

La metamorfosis

Y, sin embargo, el camino a la plutocracia es tortuoso. Los jóvenes a los que Roose sigue se ven sometidos a un entrenamiento brutal. “No es la cantidad de horas lo que te mata –es la falta de control sobre las horas. Mi vida ya no me pertenece”, confiesa uno de ellos. Una popular guía para la vida en Wall Street plantea qué hacer cuando, el sábado en que tu mejor amigo se casa en Boston y has avisado con antelación de que no estarás disponible, te despachan inesperadamente un trabajo. La respuesta: llamar al amigo y avisarle de que no asistirás a su boda.

La combinación de estrés, alcohol, competitividad extrema y falta de sueño destroza a los recién llegados. Su autoestima se desploma. “Se equivocaron al contratarme”, confiesa una de las entrevistadas. “Soy la persona más tonta, no entiendo nada de esto y estoy totalmente desbordada». Dos empleados de Goldman Sachs –cuya sede empiezan a llamar “Azkaban” en honor a la prisión de Harry Potter en la que los prisioneros pierden su alma– se deprimen y especulan sobre cómo suicidarse en medio del trabajo. Uno de ellos considera seriamente si le compensa ser atropellado por un coche con tal de lograr una baja. En estas circunstancias, ninguno tiene el tiempo para plantearse las posibles contradicciones éticas que entraña el trabajar para una entidad como Goldman. “Sólo intento no cagarla”, confiesa un joven agotado.

El cambio también es psicológico. Los primerizos adoptan la jerga de Walll Street, comienzan a beber de forma regular en las entrevistas, se muestran cada vez más irritables y competitivos. Sus relaciones sentimentales se arruinan. Roose admite que ha elegido a jóvenes más inspiradores que el estereotipo del ejecutivo agresivo, pero le asaltan las dudas. “¿Qué pasa si Wall Street no solamente atrae a los capullos que ya están ahí, sino que arrastra a gente normal en un remolino inescapable de capullez?” El periodista teme que sus entrevistados estén “a meses o años de convertirse en personas cobardes y superficiales” como las que frecuentan Fashion Meets Finance y las reuniones de Kappa Beta Phi.

Tal vez, como ha observado David Seaton, Wall Street ha creado el equivalente a una NBA para psicópatas. Un estudio reciente reveló que un 10% de los empleados de Wall Street pueden ser considerados psicópatas como resultado de su agresividad y falta de empatía. Tal vez sea el desenlace natural tras varios años sometidos a la presión que describe Roose.

Que se abstenga quien busque en Young Money una lectura ligera. El libro, escrito en un tono informativo que evita pontificar, es fascinante. Pero también es profundamente deprimente. El lector se pregunta constantemente qué podría compensar desperdiciar los mejores años de una vida en semejantes condiciones. En la opinión de este reseñista, el sueldo de seis cifras no lo vale ni de lejos. Algo va mal cuando una carrera así se convierte en referente de éxito social.

Jorge Tamames, periodista