Wargames
Ser friki y guerrero son dos vocaciones que no suelen ir de la mano. ¿O sí? Wargames, el último libro de Martin van Creveld, se adentra en el ligeramente delirante mundo de los juegos y espectáculos que recrean la guerra. A lo largo de sus más de 300 páginas, friki y guerrero se funden en un solo ser, volcado en obtener la victoria en juegos de mesa que le permitan, literalmente, controlar el mundo. O al menos parte de él.
El atractivo principal del libro radica en su autor. Van Creveld es uno de los historiadores y teóricos militares mas importantes de la actualidad. Tras cuarenta años de producción académica, Wargames resulta una lectura más accesible que La espada y el olivo o La transformación de la guerra, y por lo tanto un buen punto de partida para lectores interesados en su obra. El libro muestra las señas de identidad de van Creveld, como el gusto por sepultar al lector en una avalancha de datos o la tendencia a entrometerse en terreno peligroso, como el papel de las mujeres en la guerra, que aborda sin tapujos ni concesiones al feminismo.
Partiendo de la premisa de que jugar es un elemento consustancial de lo que nos hace humanos, Van Creveld realiza un tour minucioso de la historia de los juegos de guerra. La definición es tan amplia que empieza con el pugilato en Grecia y termina con Warhammer, pasando por una descripción mordaz del duelo entre David y Goliat (“el intercambio entre los dos fue tan limitado que apenas es digno de llamarse combate”), los gladiadores romanos, una narración excelente del desarrollo del ajedrez –desde su origen en el Nitisara indio a su introducción, vía Persia y el mundo islámico, en Europa– en sus modalidades clásicas, china e incluso birmana, y los juegos de guerra modernos, diseñados por la familia Von Reiswitz a finales del siglo XIX.
Pocos juegos quedan excluidos, con la excepción de las damas y el go (movimientos demasiado sencillos) y la lucha libre americana (ejercicios precocinados, con guiones tan malos que Van Creveld los compara con los de películas pornográficas). Existe incluso un capítulo sobre la ausencia de mujeres que luchen o que practiquen juegos de guerra. Aunque el capítulo es entretenido –¡mujeres sumo!–, la atención de Van Creveld se desvía hacia las peleas de barro y Lara Croft, abandonando el tema que parecía querer discutir en primer lugar. Nos informa, eso sí, de que los hombres son físicamente más fuertes que las mujeres, y que cuando juegan al World of Warcraft diseñan avatares femeninos “con pechos gigantes”. No son los datos más reveladores del libro.
Tal vez resulte redundante decir que el punto fuerte de Wargames es su carácter enciclopédico. Van Creveld no escatima en anécdotas fascinantes. El ajedrecista Mijaíl Tal era definido como “una enciclopedia de movimiento cinético”, moviéndose continuamente para desconcentrar a sus desdichados contrincantes (algunos incluso le acusaron de hipnotizarlos para provocar su derrota). Su homóloga femenina, Aleksandra Kotseniuk, luce escotes y juega en bañador para distraer a una audiencia mayoritariamente masculina. El emperador Comodo disfrutaba combatiendo en el Coliseo, pero no era un guerrero consumado. En una ocasión –posiblemente mientras se entrenaba para matar a Russel Crowe– hizo descender a la arena a todos los ciudadanos mancos del pie izquierdo, les obligó a atacarle armados con esponjas, y los machacó a mazazos.
El punto débil del libro es que su propósito se diluye en el ejército de anécdotas y datos que despliega Van Creveld. La definición de los juegos de guerra es tan amplia que abarca ejercicios totalmente dispares. La pregunta esencial (¿eran realmente útiles?) recibe una respuesta ambigua. Platón opinaba que el pugilato no constituía un entrenamiento útil para la guerra. Antoine-Henri Jomini era un amante del ajedrez, pero Napoleón un jugador mediocre. Helmuth von Moltke no empleó los juegos de guerra de Reisswitz para diseñar la victoria prusa en la guerra de 1870. Sí los usó Alfred von Schlieffen, que desarrolló una batalla entre los ejércitos alemán y ruso igual al que eventualmente tuvo lugar en Tannenberg y los lagos de Masuria. La obsesión prusiana con los juegos de guerra no evitó la derrota de Alemania en ambas guerras mundiales.
Wargames es prescindible al lado de las obras principales de Van Creveld, pero el libro no tiene otra pretensa que proporcionar una historia de los juegos de guerra. En este sentido, constituye un acierto en toda regla. La minuciosidad con que está escrito lo convierte en lectura obligada para interesados en la materia; el tono desenfadado, en un libro ameno para los curiosos.