Volveré y seré Podemos
Enero de 2014. Han pasado tres años del 15-M y un grupo de investigadores y activistas firman el manifiesto Mover ficha: convertir la indignación en cambio político. El documento concluye que “en las calles se repite insistentemente ‘Sí se puede’. Nosotras y nosotros decimos: ‘Podemos’”. Apenas cuatro meses después, esta candidatura conseguía cinco escaños en las elecciones al Parlamento Europeo. Hoy están muy cerca de formar parte del primer gobierno de coalición en la historia reciente de España.
En Podemos supieron articular buena parte de la indignación ciudadana y aprovechar la crisis del bipartidismo nacional, en un contexto de crisis económica global. ¿Cómo lo hicieron? Los tres líderes más destacados en la formación –Pablo Iglesias, Íñigo Errejón y Juan Carlos Monedero– son conocidos por compartir experiencia como investigadores y profesores en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense, pero comparten algo más. Los tres querían alejarse del derrotismo clásico de la izquierda europea, cómoda en sus críticas desde la banda. Y para ello pusieron en la mesa no solo sus análisis politológicos de origen europeo, sino también las lecciones aprendidas que trajeron de Bolivia, Ecuador y Venezuela, donde todos trabajaron a principios de siglo. Los tres buscaron dar un paso más en su afán de articular mayorías, y para eso fue crucial su experiencia latinoamericana.
Pero ¿cuáles son esas experiencias? ¿Cuánto han influido en Podemos? ¿Son todas las lecciones aprendidas aplicables a España? Manuel Alcántara y José Manuel Rivas coordinan Los orígenes latinoamericanos de Podemos, una obra colectiva que trata de responder a estas y otras preguntas.
De Somosaguas a América Latina
Eran los años 2000 y América Latina estaba en ebullición. Por primera vez desde el Chile de Salvador Allende, ganaban las elecciones partidos abiertamente socialistas. Con la victoria de Hugo Chávez en 1998 se abría un proceso en la región que, aunque heterogéneo, tendría ejes comunes. La llamada “ola rossa” se caracterizaba por una fuerte crítica al modelo neoliberal que había marcado la década de los noventa, la defensa de las políticas sociales, el protagonismo del Estado en la economía y por el uso de un discurso claramente antiimperialista. Y por allí pasaron los tres fundadores de Podemos.
Un hub imprescindible para sus experiencias fue el Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS), una organización que ofrece consultoría política y que ha diseñado políticas públicas y organizando programas en Venezuela, Ecuador, Bolivia y otros países de la región.
Llegaron como doctorandos o investigadores y en muchos casos su labor tuvo que ver también con la consultoría técnica. Pero sus vivencias concretas varían. Iglesias ha tenido varias experiencias en la región como observador internacional en procesos electorales o consultor en el gabinete de vicepresidencia de Bolivia. Errejón realizó una estancia de investigación de un año en La Paz, donde comprendió de cerca el Movimiento Al Socialismo de Evo Morales. También pasó por Venezuela. Monedero es quien mayor relación a tenido con América Latina –también es el más veterano– y su experiencia es muy amplia. Quizá el cargo más llamativo es el de asesor directo de Hugo Chávez, ejercido entre 2005 y 2010.
Desde Podemos nunca han negado esta influencia. No hablamos de una conspiración de tertulianos conservadores. “No es un secreto para nadie que alguna iniciativa política reciente en nuestro país no habría sido posible sin la contaminación intelectual y el aprendizaje de los procesos políticos vivos de cambio en Latinoamérica”, escribía Errejón tras la muerte de su mentor teórico, Ernesto Lanclau. “Empezamos a ver que los procesos que se daban en Venezuela, Ecuador y Bolivia nos servían para extraer algunos elementos que nos permitían analizar nuestra propia realidad”, decía Iglesias en una reunión abierta en Ecuador con el canciller Ricardo Patiño. “Ustedes nos enseñaron lo que significaba el liderazgo, la construcción de fenómenos nacional-populares que no tienen en el debate ideológico izquierda-derecha la clave para explicarlo, sino con figuras nacionales que encarnan un espíritu de país”.
Se amueblaron la cabeza en la Complutense y vieron, al otro lado del Atlántico, unos movimientos sociales de izquierda que percibieron como alternativas al sistema capitalista. Allí tuvieron la oportunidad de aunar teoría y praxis y pudieron, no solo tener un “laboratorio teórico y político”, sino, como escribe José Manuel Rivas en su capítulo, propiciar “un proceso circular de retroalimentación entre política y teoría que les proporcionó herramientas que a la larga resultaron muy útiles para la praxis política que representa Podemos”. Europa Meridional se podía ver con estos ojos. A su vuelta, además, se les presentó una ventana oportunidad perfecta, que encontraba su expresión más clara en la indignación del 15-M.
“Una cosa que nosotros criticábamos a la izquierda europea es que piensan que lo que ha ocurrido en Venezuela, Ecuador o Bolivia es que se ha presentado un partido de izquierdas y ha ganado las elecciones”, decía Iglesias en la mencionada reunión con Patiño. Ellos vieron que no era tan simple. Tenían que darse las circunstancias adecuadas y estas tenían que ser articuladas. Con los instrumentos teóricos en la mochila y la crisis del modelo político en la mesa, se pusieron a ello.
De América Latina a ‘La Morada’ y… ¿la Moncloa?
Había que traducir estas recetas para articular grandes mayorías. España no es Bolivia, ni Ecuador, ni Venezuela. Hay similitudes, desde luego, pero también hay muchas diferencias. Como cuenta Antolín Sánchez Jorge, las medidas del consenso de Washington aplicadas a los países latinoamericanos y las aplicadas por la troika a los países del sur de Europa son similares. Disciplinar la política fiscal, liberalizar el comercio, privatizaciones o desregulación, con sus consecuencias sociales. Pero el contexto era distinto. La pertenencia a la Unión Europea, las diferencias en el parlamentarismo o el sistema de partidos son algunas de las diferencias formales.
Además, como explica Agustín Haro León, al poner lo aprendido en práctica se encontraron también otros problemas. Haro, para analizar la puesta en marcha y primeros años de evolución de su estrategia, establece tres categorías: la construcción de un nosotros frente a un ellos, la superación del eje izquierda-derecha y el uso de aglutinantes simbólicos para el nosotros. El análisis muestra la dificultad de mantener una idea de pueblo trasversal al tener que adaptarse a las circunstancias.
Tras una entrada en escena fuerte, tuvieron que ir amoldando el discurso a los acontecimientos, viéndose forzados a virar hacia un mensaje más propiamente de izquierdas con la inclusión de Izquierda Unida (no pudiendo superar el eje izquierda-derecha), o incluir la idea de una España plurinacional y el derecho a decidir, al concurrir en plataforma con partidos territoriales (dificultando el uso de aglutinantes simbólicos para el concepto patria), por mencionar un par de ejemplos de carácter ideológico o identitario.
En general, la ruptura fue novedosa y eficaz, pero al bajar a la realidad española, la pérdida de trasversalidad se hizo inevitable. Y el parlamentarismo, por su parte, hizo lo suyo. Por fortuna para ellos –y esto se escapa del asunto del libro–, no solo estuvieron en América Latina. También vieron Borgen.