Según el autor, Estados Unidos se mantendrá como el socio dominante de la alianza transatlántica durante la primera parte del siglo XXI. Ni una mayor integración política ni la ampliación crearán la Unión Europea que algunos europeos ansían y algunos norteamericanos temen.
La alianza transatlántica es la más importante relación bilateral para Estados Unidos. Es el trampolín para su proyección internacional, lo que le permite desempeñar el papel de árbitro en Eurasia –el escenario central del poder del mundo– y crear una coalición hegemónica en todos los ámbitos de poder e influencia. EE UU y Europa conforman el eje de la estabilidad mundial, la locomotora de la economía internacional y el nexo del capital intelectual y de la innovación tecnológica. No menos importante es el hecho de que ambos sean las democracias con más éxito del planeta. Por tanto, la forma en que se gestionen las relaciones euro-norteamericanas debe tener la más alta prioridad para Washington.
A largo plazo, la aparición de una Europa unida políticamente implicaría un giro fundamental en la distribución del poder mundial, con consecuencias de tan largo alcance como las producidas por la quiebra del imperio soviético y el surgimiento de la hegemonía global de EE UU. El impacto de esa Europa en la propia posición norteamericana en el mundo y en el equilibrio del poder euroasiático sería considerable (véase cuadro 1), generando graves tensiones transatlánticas en ambas direcciones. Actualmente, ninguna de las partes está preparada para afrontar ese gran cambio. Los norteamericanos, por lo general, no llegan a comprender el deseo europeo de un estatus superior en la relación y no tienen una apreciación de la diversidad de puntos de vista europeos respecto a EE UU. Por su lado, los europeos no siempre entienden la espontaneidad y sinceridad del compromiso norteamericano con Europa, percibiendo…