En 2009 el gobierno afgano aprobó una Ley para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres que reconoce la violencia familiar como un delito y castiga el maltrato, la venta o el matrimonio forzoso de mujeres; pero según Naciones Unidas, la mayoría de los jueces la desconoce.
Cuando Malalai tuvo la menstruación por primera vez a los 13 años, se llevó un susto de muerte. Nadie le había explicado nada, ni tan siquiera su madre, que es comadrona y una de las pocas mujeres que tenía formación en el vecindario donde vivían en Kabul, la capital de Afganistán. “Mi madre se limitó a darme un trapo de algodón para que me lo pusiera entre las piernas, y me dijo que a partir de entonces sangraría cada mes y que, sobre todo, no se lo explicara a mis dos hermanas menores”, recuerda Malalai. Y eso es lo que hizo ella: callar.
A su hermana mediana su primera menstruación la sorprendió durante una celebración familiar. Llevaba un precioso vestido de color blanco, que quedó manchado con un rodal rojo dejando a la joven en evidencia. Aún así Malalai no rompió su silencio, y su hermana pequeña corrió la misma suerte que la mediana y que ella: la sangre la pilló de improviso.
En Afganistán el sexo es un asunto completamente tabú, del que nadie habla, al menos abiertamente. De hecho, las relaciones sexuales fuera del matrimonio se consideran un delito penado con condenas de hasta 15 años de cárcel tanto para los hombres como para las mujeres, aunque ellas suelen tener más que perder. Si una joven se ausenta una noche de casa, ya aparece el fantasma del “adulterio”, como se llama en el país el delito de hacer el amor sin estar casada. ¿Dónde pasó la noche? Y sobre todo,…