En el carnaval de Río de Janeiro de 2006, la escola do samba Vila Isabel recibió de PDVSA, la empresa petrolera estatal venezolana, casi un millón de dólares para que su alegoría principal en el desfile fuera una figura de 13 metros de alto que representara a Simón Bolívar. Así, El Libertador de cartón piedra avanzó al ritmo de la batucada por las avenidas cariocas sosteniendo en las manos un gran corazón de neón en lugar de una espada.
Cuando los miembros de la Academia de Historia de Venezuela protestaron por algo que les pareció una falta de respeto, el presidente Hugo Chávez les replicó en su programa radial Aló, presidente del 5 de marzo de 2006: “Bolívar no era blanco. Nació entre los negros, era más negro que blanco. Bolívar era un zambo como yo”.
A pesar de las múltiples interpretaciones que ha inspirado la figura de El Libertador caraqueño a historiadores, escritores y polemistas desde sus días hasta la actualidad, nadie se había atrevido a dudar de su origen étnico. De raíces vascas, los Bolívar habían acumulado a lo largo de dos siglos en Venezuela, tierras, minas, plantaciones, ganado, esclavos y residencias, y gozaban de una posición destacada entre la élite blanca de la Capitanía General.
Perteneciente a una sociedad de castas rígidamente estratificada, y en la que los vecinos eran sensibles a la menor variación, su linaje familiar ha sido rastreado por diversos investigadores en búsqueda de mestizaje racial, sin que nadie haya dudado nunca de que los Bolívar siempre fueron blancos.
La raza en las Indias españolas era una cuestión de máxima importancia, y conocer el origen de los demás era algo que todos los vecinos se tomaban muy en serio: los blancos dominaban la burocracia, las leyes, la iglesia, la tierra y el comercio al…