El comienzo del diálogo entre el gobierno y la oposición en Venezuela abre una pequeña ventana de esperanza para resolver la aguda polarización política que se tornó violenta en febrero. Detrás están las demandas de la oposición y aquellas, más amplias, referidas a la preocupante situación de la economía y la seguridad ciudadana. Pero si bien el inicio de las conversaciones es positivo, hace falta mucho más para transformar una serie de discursos en un campo organizado de debate y acuerdo político. Con el objetivo de desactivar la confrontación que registra el país en el momento en que se escribe este artículo (a mediados de abril), con el resultado hasta la fecha de 41 personas muertas, las partes deberán convencerse mutuamente de que sus intenciones son serias y, especialmente, de que las alternativas siempre serán peores. Caso contrario, tanto el gobierno como la oposición se fragmentarán y aquellos sectores que favorecen la confrontación dominarán la escena.
El diálogo político no puede quedarse en la coyuntura. Para evitar que nuevos e inevitables conflictos se tornen violentos, es indispensable reconstruir la credibilidad perdida en las instituciones públicas, desarmar de inmediato a los “colectivos” e incorporar a la oposición y a la sociedad civil en las decisiones. Para alcanzar estas metas, Venezuela necesita además una comunidad internacional activa y honestamente comprometida en rescatarla de un colapso que tendría repercusiones nefastas en toda la región.
El diálogo comenzó con la presentación de los cuatro puntos que la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) considera más apremiantes: una ley de amnistia, la formación de una comisión de la verdad, la restauración de la independencia de los poderes públicos y el desarme de los colectivos. El presidente, Nicolás Maduro, se presentó esta vez más dialogante. Fue sin duda una necesaria válvula de escape. Pero es aún…