Entre la ideología y el pragmatismo, los países suramericanos, con Brasil a la cabeza, parecen decididos a hablar con una sola voz. El Banco del Sur, el Consejo de Defensa Suramericano y Unasur son los puntos cardinales de una región transformada a los ojos de Estados Unidos.
América del Sur unida moverá el tablero del poder en el mundo”. La frase es del presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, y podría interpretarse como simple retórica de un presidente latinoamericano. Como se sabe, son habitualmente afectos a las declaraciones ampulosas y taumatúrgicas. Pero podría ser realidad en los próximos años. La región está inmersa en una intensa transformación económica y política cuyas dimensiones reales no son fácilmente perceptibles dado que a la superficie mediática emergen principalmente sus crisis políticas, su conflictividad social o el costado más truculento de problemas derivados de la violencia y la criminalidad transnacional, como las drogas ilícitas y el tráfico de armas.
Las potencialidades de Suramérica son inmensas. Es una región de 17,6 millones de kilómetros cuadrados (más de cuatro veces la Unión Europea). Su población, 380 millones de habitantes, es la cuarta del mundo, detrás de China, India y la UE. Dispone de abundantes recursos energéticos renovables y no renovables; reservas minerales; manantiales de agua (el 27 por cien del agua dulce del mundo). Todo un potencial para la producción de alimentos y una riquísima biodiversidad.
Mientras en otras regiones existe preocupación por los escasos recursos naturales no renovables, en Suramérica éstos son proporcionales al territorio. Sus hidrocarburos suponen el ocho por cien de las reservas mundiales. Venezuela y Brasil suministran una parte importante del gas y el petróleo que consume Estados Unidos. Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay comparten el acuífero Guaraní, una de las reservas de agua dulce más grande del planeta (1.190.000…