Sospecho que esta campaña electoral francesa tiene que ver, en gran parte, con el aplazado shock provocado por los años de atentados terroristas. Todos los que los vivimos en Francia nos hemos quedado con recuerdos indelebles. La noche del 13 de noviembre de 2015 estaba sentado en el Stade de France viendo el partido de fútbol entre Francia y Alemania cuando se oyó la primera explosión. La muchedumbre la celebró, pensando que era una bomba de humo. Tres minutos más tarde, se produjo otra explosión y el suelo tembló bajo mis pies. Entré en internet en busca de información y al cabo de unos 20 minutos empezaron a aparecer las noticias: terroristas suicidas islámicos, que planeaban inmolarse entre el público del estadio, no lograron entrar y detonaron fuera los explosivos que llevaban en su cuerpo. Comenzaron tiroteos en varios cafés parisinos. Los terroristas entraron en la atestada sala de conciertos Bataclan y mataron a 90 personas en su interior, mientras mis hijos dormían en su habitación, a la vuelta de la esquina.

Eso ocurría a los pocos meses de los atentados contra la revista satírica Charlie Hebdo, en enero de 2015, y antes de que el 14 de julio de 2016, Día Nacional de la Bastilla, un camionero atropellara a 86 personas en Niza. Días después, el 26 de julio, el sacerdote francés Jacques Hamel fue degollado mientras daba misa. En octubre de 2020 fue decapitado Samuel Paty, el maestro de escuela que había enseñado a sus estudiantes las caricaturas de Charlie del profeta Mahoma. Etcétera, etcétera.

Los atentados disminuían ya antes de la pandemia, y el día a día de las ciudades francesas es pragmáticamente multicultural, casi siempre de manera despreocupada. Pero la acumulación de horrores ha traumatizado Francia.

De manera que no resulta sorprendente que las elecciones…