Una vuelta al Tercer Mundo
Cuando Jules Verne publicó La vuelta al mundo en 80 días (1872) Europa estaba en su apogeo y gran parte del resto de mundo era un terreno salvaje y exótico. Un espacio por civilizar, que en general se traducía en someter, colonizar, explotar. La fiebre extractiva, la fe en el progreso y el sentimiento de superioridad dominaban la psique occidental en sus relaciones con terceros. Ochenta años después, en 1952, el economista francés Alfred Sauvy acuñó la expresión Tercer Mundo. Sauvy, en una analogía con el Tercer Estado francés, se refería a los países que no quedaron encuadrados en ninguno de los dos bloques enfrentados en la guerra fría. En la psique occidental el término quedó asociado, sin embargo, a la pobreza y el subdesarrollo. Los despojos de la colonización, el patio trasero del mundo moderno.
Émulo de Verne, pero en el descreído y mestizo siglo XXI, el periodista chileno Juan Pablo Meneses ha dado Una vuelta al Tercer Mundo, ese que en teoría no existe, un mundo a ojos de Occidente aún salvaje y exótico, tal vez todavía por civilizar. Su objetivo es el de “iluminar las zonas más oscuras de la aldea global”, “una travesía por la trastienda de la globalización”.
“Parafraseando a Tabucchi, he viajado mucho y lo admito”, confiesa Meneses. Este periodista portátil ha estado en el barrio de Buenos Aires donde vivió el primer papa salvaje y exótico, ese que levanta ánimos y cejas allá por donde pasa; en un pueblo de Brasil donde estuvo escondido un alto jerarca nazi, conocido por sus experimentos genéticos; en Dakar, antigua línea de meta del rally más famoso del mundo –pocas cosas más decimonónicas y juliovernescas que una carrera entre París y uno de los corazones de África–; en un parque de diversiones para turistas de la guerra en un antiguo campo de batalla en Vietnam que parece haber brotado de la mente traviesa y perversa de Bansky; en Kuala Lumpur, donde futurismo y el tercermundismo se dan la mano; en los restaurantes más caros de Etiopía, “capital emblemática de la hambruna africana y mundial”; etcétera, etcétera, etcétera.
En el siglo de la globalización, primer y tercer mundo no cesan de mezclarse. El viaje de Meneses más que por el tercer mundo es por la grietas del primer mundo en el tercero, o viceversa. Por las costuras rotas de la aldea global. Un ejemplo: “La llegada de tantos extranjeros que vinieron a luchar contra el hambre sirvió para que aumentara la cantidad de restaurantes costosos, especialmente para occidentales que llegaban a Addis Abeba”. En un país azotado por la hambruna como Etiopía, explica Meneses, los buenos restaurantes funcionan como refugios antiaéreos.
Un cuento que es verdad
Este libro de Meneses es un buen ejemplo de la vibrante crónica latinoamericana, siguiendo la estela de Juan Villoro, Pedro Lemebel, Alberto Salcedo Ramos, Julio Villanueva Chang, Leila Guerriero o Martín Caparrós. Aquí, diez buenos ejemplos.
Villoro se atreve con una definición del género: “Si Alfonso Reyes juzgó que el ensayo era el centauro de los géneros, la crónica reclama un símbolo más complejo: el ornitorrinco de la prosa” . Y añade: “La crónica es un animal cuyo equilibrio biológico depende de no ser como los siete animales distintos que podría ser”. Novela, reportaje, entrevista, teatro, ensayo, autobiografía… y cuento. La mejor definición, por el momento, sigue siendo de Gabriel García Márquez: “Una crónica es un cuento que es verdad”.
La verdad de uno de los 33 mineros chilenos que fueron rescatados de la mina de San José, y que “ahora combaten el olvido de los medios haciendo recorridos turísticos por las ruinas del yacimiento que los hizo mundialmente famosos”. O la verdad de “algunos jóvenes que se llaman Marcos, que nacieron en Chiapas, México, en la época del levantamiento zapatista y del subcomandante Marcos, y que forman parte de lo que ha quedado de todo aquel intento revolucionario del pasamontañas”.
La verdad de esa mentira que es viajar. La verdad de ese pensamiento global tercermundista que no existe.