Cuarenta años atrás, en seis días de junio precedidos por una espera de tres semanas, se produjo una fulminante victoria militar israelí sobre los ejércitos de Egipto, Siria y Jordania. Se ponía así fin a un periodo en el que mientras se estrechaba el cerco impuesto por el carismático líder del panarabismo en boga en esos años, el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, se escuchaban a diario las amenazas proferidas por los gobernantes árabes de “echar a los judíos al mar”. La propaganda oficial anticipaba una victoria fácil para los árabes.
Una mirada retrospectiva permite imaginar la vida en esos días para los israelíes, cercados por ejércitos de países cuyos dirigentes proclamaban la inminente destrucción de su Estado. El pianista Arturo Rubinstein, entonces en París, lloró frente a la embajada de Israel, presagiando públicamente que el segundo Holocausto estaba en camino. Los israelíes tenían la certeza de que hacían frente a enemigos preparados para aniquilarlos y que deberían luchar. Ello mientras se conmemoraban el 19º aniversario del advenimiento del Estado de Israel y 22 años del fin de la guerra que trajo la Shoah. Este preludio de tres semanas preparó el terreno político para la decisión del gobierno israelí de comenzar la guerra el 6 de junio de 1967.
Como señala Charles Krauthammer en The Washington Post, el verdadero aniversario debió celebrarse tres semanas antes, el día 16 de mayo. El día anterior, mientras Israel celebraba su 19º aniversario, el jefe del Estado Mayor del ejército, Isaac Rabin, anunció al primer ministro Levy Eshkol que el ejército egipcio había sido puesto en estado de máxima alarma. Al día siguiente, Nasser exigió al secretario general de las Naciones Unidas, el birmano Maha Thray Sithu U Thant, la evacuación de las fuerzas internacionales de la península del Sinaí, a lo que accedió…