Es posible imaginar las soluciones a la crisis del euro, pero no hay ninguna a la vista para el otro gran problema que aflige a la UE: la falta de líderes que comprendan que la Unión no será sostenible a menos que sus ciudadanos entiendan y apoyen lo que hace.
En los primeros meses de 2012, los mercados financieros de Europa disfrutaron de algunos periodos de calma. El 30 enero, el Consejo Europeo dio su visto bueno a un nuevo tratado que introducirá unas normas fiscales más estrictas, lo que ha dado pie al optimismo respecto a que Alemania actúe con más decisión para resolver las dificultades de la zona euro. Y hubo tímidas señales de que los líderes europeos están dispuestos a dar algunos de los pasos necesarios, como aumentar la cuantía de los fondos de rescate disponibles.
Sin embargo, aun en el supuesto más optimista, lo más probable es que muchas partes de Europa experimenten un periodo prolongado de austeridad, recesión, aumento del desempleo y una caída de los niveles de vida. Seguramente, cuanto más se prolonguen estas condiciones, más europeos se volverán contra el euro, la Unión Europea, la inmigración y el libre comercio. Los movimientos populistas han cobrado impulso en varios países europeos en los últimos años, y seguramente se volverán más fuertes. Esto hará que a los líderes les resulte más difícil lograr que se aprueben los remedios que consideren necesarios para salvar el euro.
Todas las soluciones concebibles para la crisis de la zona euro requieren una centralización parcial del proceso de toma de decisiones entre los países pertenecientes al euro. Pero muchos ciudadanos no desean que esto suceda. Si el euro sobrevive –algo probable desde mi punto de vista– será gracias a los políticos y tecnócratas que están imponiendo cambios…