Del 19 al 21 de agosto pasado, se desarrolló en Moscú una tentativa de golpe de Estado que constituye un concentrado de todo lo que forma la naturaleza profunda del proceso de perestroika iniciado en 1985 con la llegada de Mijail Gorbachov a la cumbre del poder. Este acontecimiento merece, pues, la mayor de las atenciones y un análisis objetivo. Lo subrayo: ¡objetivo! Y no es inútil subrayarlo, porque en la situación actual del mundo es especialmente difícil, si no imposible, conservar una actitud objetiva.
Cuando comenzó el golpe de Estado, si es lícito aplicar el término noble de “golpe de Estado” al episodio aberrante que se ha desarrollado en las altas esferas del poder, todos los medios de comunicación occidentales lo calificaron inmediatamente de putsch. En el espíritu de los occidentales, este término evoca una realidad bien precisa: un grupo de conspiradores que utilizan las fuerzas armadas para derrocar el Gobierno legítimo y adueñarse del poder. En este caso no ha ocurrido nada semejante. Lo que ha sucedido no se inscribe en los clichés habituales de la propaganda y de la prensa. El término de putsch no lo lanzaron espíritus atentos a la imparcialidad, sino una de las fuerzas políticas vitalmente interesadas en desacreditar a los que intentaron el golpe de Estado.
Examinemos, para empezar, el aspecto puramente exterior del acontecimiento. ¿Quiénes son los personajes que formaron el Comité de Estado para el Estado de Urgencia en la URSS (CEEU) y tomaron toda una serie de medidas interpretadas como un golpe de Estado y, efectivamente, susceptibles de degenerar en golpe de Estado? El vicepresidente de la URSS, Gennadi Yanayev, el primer ministro de la URSS, Valentín Pavlov, el ministro del Interior, Boris Pugo, el ministro de Defensa, Dmitri Yazov, el vicepresidente del Consejo de Defensa de la URSS, Oleg Baklanov, el presidente de la Unión Campesina de la URSS, Vassili Starodubetsev, y el presidente de la Asociación de Empresas y Obras del Estado, de la Industria, de la Construcción, de los Transportes y de las Comunicaciones de la URSS, Aleksandr Tiziakov. Así que los golpistas eran personajes que formaban parte de la autoridad central de la URSS. Hay que recordar esto: ¡se trataba de autoridades del centro!
El presidente de la URSS, Mijail Gorbachov, estaba de vacaciones. Según el decreto emitido por el vicepresidente Yanayev, éste asumía las funciones de presidente de la URSS a causa de que Mijail Gorbachov se veía impedido por razones de salud, todo ello según los términos del artículo 127.7 de la Constitución de la URSS. La cuestión del estado de salud real de Gorbachov se convirtió en una baza de la política internacional, de tal manera que es prácticamente imposible conocer la verdad sobre este tema. Tras haber fracasado la tentativa de golpe de Estado, los vencedores inculcarán a la gente la versión que les convenga. Si el golpe de Estado hubiera tenido éxito, no habría habido dificultad alguna en especificar la versión de la CEEU.
Nadie sino Gorbachov fue privado del poder. Nadie fue detenido. Verdad es que el éxito del golpe de Estado habría podido conducir, con el tiempo, a mutaciones profundas en el país y en las estructuras del poder. Esto es lo que infundió espanto a los demócratas y a los liberales, así como a sus protectores e instructores occidentales. Por esa razón desplegaron una actividad febril para desacreditar la tentativa y hacer que fracasara. Si se quiere tomar en serio el acontecimiento, en lugar de no ver en él más que un simulacro de golpe de Estado, semejante comportamiento de los golpistas parece constituir un error imperdonable. No eran niños de coro y sabían lo que hacían. Si hubieran tenido intenciones serias, habrían debido, en primer lugar, detener a todos los radicales activos, entre ellos Yeltsin. Descuidaron esta condición principal del golpe de Estado, cosa que había de constituir la causa esencial de su fracaso.
Los miembros del CEEU declararon que sobre el país gravitaba un peligro mortal, que la perestroika iniciada por Gorbachov había entrado en un punto muerto y que eran necesarias medidas extraordinarias para sacar de la crisis al Estado y a la sociedad. Además, Yanayev declaró que la dirección soviética proseguiría la Política inaugurada por Gorbachov en 1985. Nadie lo creyó. Era Previsible, y les habría sido necesario en primerísimo lugar condenar la perestroika como un crimen contra los intereses del país y del pueblo. Eso era lo que esperaban los millones de personas que les habrían prestado su apoyo. Los golpistas no lo hicieron, con lo que se condenaron ipso facto al fracaso. Desde el comienzo, el putsch tomó la apariencia de una farsa o incluso de una provocación. Da la impresión de que este golpe venía en beneficio de ciertas personas, con tal que fuera fácil de reprimir y permitiera la “revolución” que ha ocurrido en Moscú bajo el pretexto de aplastarlo. Los que han puesto a punto esta operación merecen que nos descubramos ante ellos.
Los miembros del CEEU han sido acusados de haber actuado inconstitucionalmente. ¿Fue eso cierto? Afirmo que el enfoque jurídico del acontecimiento no tiene sentido alguno por sí mismo. Si el golpe de Estado hubiera triunfado, habría habido argumentos de sobra para reconocerlo como constitucional y suficientes expertos para demostrarlo. Como el golpe ha fracasado, las fuerzas dominantes en el país y en el mundo lo han declarado inconstitucional y emiten los argumentos apropiados a este fin. Si se estudian los acontecimientos desde el ángulo de su carácter constitucional o inconstitucional, hay toda clase de razones para caracterizar, de una manera general, como insconstitucionales todos los actos del poder gorbachoviano. Por no hablar de las acciones de Yeltsin, cuyo carácter inconstitucional ha sido reconocido incluso por los representantes del campo de los reformadores y de los radicales.
Por orden del CEEU se intentó involucrar a las fuerzas armadas en el golpe de Estado. La historia soviética conoció ya un episodio de este tipo en 1954, en el momento de la eliminación de Beria. Se hizo entrar entonces en Moscú unidades de esas mismas divisiones de élite introducidas en la capital casi cuarenta años después por orden del CEEU. Al dar la orden de hacerlas entrar en Moscú, los miembros del CEEU descuidaron de manera asombrosa las mutaciones que se han producido en el período postestaliniano y el estado en que se encontraba la población soviética por efecto de la misma ideología y de la propaganda estatal durante los años de la perestroika, por no hablar de la propaganda extraordinariamente intensa de las fuerzas anticomunistas y antisoviéticas. Esta decisión del CEEU constituyó un error político particularmente grosero, imperdonable en hombres que se encontraban en la cumbre del poder y que conocían mejor que muchos otros la situación del país. Al involucrar a las fuerzas armadas en su lucha política, los miembros del CEEU hicieron objetivamente el juego a sus adversarios. Desempeñaron, en realidad, un papel de provocadores, acentuando considerablemente la desmoralización del ejército y excluyendo para mucho tiempo, si no de forma definitiva, toda posibilidad de golpe de Estado militar. Si hay que juzgar a estos hombres, será ante todo por su pasmosa incompetencia e indecisión.
Las fuerzas radicales dirigidas por Yeltsin utilizaron hábilmente la demagogia constitucional a la que se aferraban todavía los miembros del CEEU y se atribuyeron el papel de defensores del orden constitucional y de la democracia, lo que, por supuesto, les ganó un acrecentamiento de la simpatía de la opinión pública internacional. Movilizaron con una rapidez asombrosa a la fracción de la población de Moscú, de Leningrado y de otras ciudades que eran las más comprometidas políticamente y que les sostenía. Esta reacción de las fuerzas radicales sugiere que si el golpe no fue especialmente organizado por ciertas personas, por lo menos éstas lo esperaban.
La mayoría de la población, que simpatizaba secretamente con los miembros del GEEU y esperaba que la pesadilla de la perestroika terminara por fin, se mantuvo pasiva. Además, pervertida y engañada por la propaganda de los reformadores y de los radicales en el transcurso de los seis últimos años, se había sumergido en un desorden completo y era completamente incapaz de juzgar quién tenía razón desde el punto de vista de sus propios intereses. Esta mayoría silenciosa ha constituido siempre en el país una masa pasiva que se somete dócilmente a las disposiciones del poder. Si el CEEU se hubiera mantenido aunque no fuera más que dos semanas, aquélla había interpretado el golpe de Estado como necesario y normal. La gente habría dicho que los dirigentes del poder habían cambiado y que había que vivir como antes. Los radicales lo comprendieron. Por esta razón actuaron con tanta rapidez. Creo que los dirigentes occidentales lo comprendieron de la misma forma. Desplegaron un esfuerzo inmenso para hacer fracasar el golpe de Estado. Sin los esfuerzos de Occidente, habría sido más difícil o incluso imposible hacer fracasar el golpe de Estado.
Una de las causas esenciales del fracaso de la tentativa fue la actitud de los centristas, incluida la dirección del PCUS. En realidad, el golpe de Estado fue sostenido por organizaciones y grupos desprovistos de influencia sobre la sociedad. Así, el Consejo de los Veteranos del Trabajo y de los Antiguos Combatientes, para el que los radicales han creado la reputación de lugar de refugio de los supervivientes del stalinismo. Los miembros del CEEU contaban con el sostén de los centristas. Ellos mismos eran centristas y se esforzaban en parecerlo. Pero la lógica inexorable de la lucha política les ha atribuido un papel muy distinto: el de conservadores que se esforzaban por poner fin a la política, funesta para el país (según ellos), de la perestroika y de restaurar el orden de las cosas que prevalecía antes de los años de la perestroika. Los radicales se han desvelado para crearles esta reputación.
Además, este aspecto de la lucha política ha interferido en otro, no menos importante, a saber, la lucha entre el poder central, dirigido por Gorbachov, y el poder en el escalón republicano de la Federación Rusa, dirigida por Yeltsin. Tras la derrota de los conservadores y su eliminación de hecho del poder, la lógica de la lucha política conducía a una polarización en el propio campo de los reformadores. En virtud de su situación incluso en las estructuras del poder, los centristas se veían entonces obligados a adoptar ciertas medidas para salvaguardar la integridad territorial del país y el orden público, cosa que habían propugnado los conservadores. Voluntariamente o no, ocupaban el lugar de los conservadores, a los que habían derrotado. En cuanto a los radicales, de ninguna forma ansiosos de asumir las funciones positivas del poder, impopulares por naturaleza, se apoderaron de las consignas de la perestroika y desplegaron una actividad considerable encaminada a destruir el régimen socialista soviético y las estructuras del poder y de la ideología, ganándoles esta acción destructiva una inmensa popularidad entre las masas.
Se creó una especie de dualidad del poder. El poder en el escalón republicano no se sometía al poder central, saboteaba sus disposiciones y se esforzaba en desacreditarlo por todos los medios. Esta situación no se podía eternizar. Si no hubiera ocurrido la tentativa de golpe de Estado, Gorbachov se habría visto obligado a proceder a una operación semejante. Pero eso no entraba en su táctica. Está acostumbrado a conseguir que sean otros los que hagan el trabajo sucio, mientras guarda un aura de probidad política inmaculada. No excluyo que haya intervenido de una forma u otra en la preparación de la farsa del golpe de Estado.
El fracaso de la tentativa ha señalado la derrota del poder central, partidario de una perestroika moderada, y la victoria del poder en el escalón republicano, que aspira a una revolución radical del modo de vida soviético en su conjunto. La dualidad del poder ha concluido, por lo menos en la etapa actual. Los radicales se han arrogado el monopolio de la perestroika. Es difícil decir hasta dónde llegará este proceso y en qué medida es capaz de oponerse la mayoría silenciosa.
En cuanto a saber cuál de los dos proseguirá la obra de destrucción del país, eso depende en lo sucesivo de los dirigentes occidentales. Ciertamente, sería preferible que continuaran conjugando sus esfuerzos con este fin, como ha ocurrido hasta ahora. Pero, ¡ay!, según todas las probabilidades, la “amistad” de los dos servidores principales de Occidente pertenece definitivamente al pasado. Por muy grande que sea el país, no hay espacio más que para un dictador. Gorbachov se ha ganado muchos méritos en Occidente, lo que le ha valido una acumulación de premios y de títulos honoríficos: “hombre del año” y “hombre de la década”. Naturalmente, habría querido llevar él mismo a buen fin la obra de destrucción del país a fin de añadir a sus recompensas y títulos ya obtenidos el título supremo de “hombre del siglo”. Pero este episodio de tentativa de golpe de Estado acometido por hombres de su equipo ha manchado su reputación. Yeltsin ha desplazado manifiestamente a segundo plano a Gorbachov, convirtiéndose en el número uno de la política del país. Pero tiene fama de imprevisible, lo que no conviene por completo a los ideadores de la estrategia occidental. A ejemplo de Gorbachov, Yeltsin ha asistido a la escuela de la mentira, de la hipocresía y de la perfidia en el seno del mismo aparato del partido Brezneviano. Al repudiar el comunismo, estos monstruos no dejan de ser, sin embargo, en su ciento por cien, una emanación del mismo comunismo. Los camaleones del comunismo pueden revestir cualquier forma y color imaginables.
En estas condiciones, es llamativo que la dirección del PCUS apenas haya sostenido la tentativa de golpe de Estado, aunque ésta fue la última oportunidad de salvar al partido como única fuerza capaz aún de movilizar a la población del país para hacer frente a la catástrofe que lo amenaza. Desde este punto de vista, los dirigentes del PCUS merecen mayor desprecio aún que los radicales, quienes aspiran ya abiertamente a destruir de arriba a abajo las estructuras comunistas del país. Los dirigentes del PCUS debían comprender que la Unión Soviética no pudo mantenerse en la guerra contra Alemania más que gracias a su naturaleza de nación comunista. Hoy, de la misma forma, la Unión Soviética no puede resistir en la “guerra tibia” si no es como nación comunista. En este caso, la destrucción del comunismo equivale al derrumbamiento total del país. Los dirigentes occidentales y todos los que, en el ejército reclutado por Occidente, labran la destrucción de la Unión Soviética comprenden perfectamente esta verdad elemental, y la han emprendido, precisamente, con esta Pieza clave de la defensa del país.
La dirección del PCUS es una ilustración de la raza vil de hombres engendrada por el régimen social del comunismo. Nunca hasta ahora había contado la dirección de una gran organización con un número tan considerable de traidores a su ideología y a su propio partido. Creo que el comportamiento de los altos dirigentes del PCUS como Gorbachov, Yeltsin, Yakovlev, Shevardnadze e tuti quanti es la causa primera de la derrota de la Unión Soviética en su combate con Occidente y de la destrucción del País. En eso también ha traicionado la dirección del PCUS. Si los golpistas hubieran llamado abiertamente a los miembros del partido a poner fin a la perestroika, la cual, en efecto, ha fracasado como empresa creadora y no destructora, se habrían visto descender por las calles de Moscú diez veces más personas que la turba de los partidarios de Yeltsin. Pero los jefes del PGUS en todos los escalones, temiendo por su piel, no lo hicieron, con lo que firmaron su propia condenación.
La consecuencia inmediata de la tentativa de golpe de Estado ha sido la decisión de Yeltsin de prohibir el PCUS en el territorio de la República Rusa, de prohibir el Pravda y otros periódicos no censurados durante el golpe. Nadie en Occidente ha susurrado una palabra sobre el carácter inconstitucional, evidente sin embargo, de sus decisiones. Las protestas de Gorbachov a este respecto son lamentables: se hacía evidente que había perdido en este juego político. Había caído en la trampa de su propia política.
No se puede comprender la situación que se ha creado en el país tras la tentativa de golpe de Estado sin tener en cuenta un factor tal como Occidente. No pretendo denunciar aquí quién sabe qué manejos de Occidente. Un combate es un combate y, en su combate contra el comunismo, Occidente tenía derecho a utilizar las armas de que disponía. Hay que hacer justicia a quienes han puesto en ejecución los planes occidentales: han llevado a cabo su tarea con brillantez. La larga lucha de Occidente contra el comunismo ha constituido la guerra más grande de su historia. Y, sin embargo, este aspecto de la cuestión se ha mantenido hasta ahora, por una u otra razón, en la sombra.
En la actualidad, la opinión general es que la guerra fría ha concluido y que el mérito mayor corresponde a Gorbachov y a sus amigos políticos. Pero al mismo tiempo se intenta ocultar en qué ha consistido exactamente el papel de Gorbachov. Pasarán los años y la posteridad apreciará en su justo valor este papel, a saber la traición de los intereses nacionales de su país y de su pueblo. No conozco en la historia un caso de traición comparable por su amplitud y sus consecuencias. La Segunda Guerra mundial rebosa de ejemplos de perfidia de esta clase, pero no son más que juegos de niños en comparación con lo que Gorbachov ha conseguido hacer en tiempo de paz. Si los dirigentes occidentales hubieran colocado a la cabeza del Estado soviético a uno de sus propios políticos, no habría podido causar un perjuicio tan grande como el que Gorbachov ha infligido a su país. Gorbachov ha actuado como apparatchik experimentado, con conocimiento de causa, utilizando todos los recursos del poder en un Estado comunista.
Cuando se advierte que la Unión Soviética ha dejado de ser la segunda superpotencia y que Estados Unidos son desde ahora la única, se reconoce de paso, de modo alusivo, lo que es en realidad el resultado principal del fin de la guerra fría. Pero es poco decir, en efecto, la guerra fría ha conducido, de una manera general, al desastre del bloque soviético en Europa y, en especial, a la derrota aplastante de la Unión Soviética. A este respecto, el papel principal no recae sobre la inteligencia y el valor de los dirigentes occidentales, sino sobre la estrategia política traidora de la dirección soviética.
En contrapartida, nadie osa reconocer que el fin de la guerra fría no ha hecho más que señalar el comienzo de este nuevo período de guerra que yo llamo la “guerra tibia”. Esta ha conducido a la tremenda derrota del bloque soviético. La guerra ha ganado el territorio soviético. Si esto continúa así, la Unión Soviética quedará definitivamente vencida.
Las armas principales de la “guerra tibia” son de naturaleza política, económica, ideológica, psicológica y de propaganda. Pero serían ineficaces si no estuvieran reforzadas por las de la “guerra caliente”. Ahora bien, los gorbachovianos y los radicales han socavado de hecho la capacidad de defensa del país. La participación efímera del ejército en la tentativa de golpe de Estado ha bastado para demostrar que está dividido y desmoralizado. Sencillamente, no tiene ya conciencia de la necesidad de una defensa nacional. Los radicales preconizan abiertamente ideas derrotistas, sugiriendo a un pueblo desorientado que cuando haya capitulado frente a Occidente, los soviéticos se beneficiarán de la misma ayuda americana que antes tuvieron los alemanes y los japoneses para dar su salto adelante. La reducción actual de los armamentos conducirá en realidad a que la potencia militar de Occidente sobrepase inconmesurablemente la de la URSS. El Pacto de Varsovia se ha disuelto, mientras que la OTAN no manifiesta de ninguna manera la intención de seguir su ejemplo, sino muy al contrario. La experiencia de la guerra de Irak y el conocimiento del estado general de la población soviética, incluido el ejército, ha hecho nacer ya en Occidente la idea de que una guerra contra la Unión Soviética podría no ser otra cosa que un “Irak grande”, es decir un paseo militar que representaría enormes gastos materiales, pero sin pérdidas humanas por parte de Occidente, al son de bandas militares y en medio de alborozo general. En cuanto a lo Que entonces le fuera a ocurrir a la población soviética, eso sería completamente secundario. ¡Qué cosa tan bella, la aniquilación de varias decenas de millones de comunistas!
El fracaso de la tentativa de golpe de Estado en Moscú no constituye la victoria de una pretendida democracia y de un pretendido progreso sobre fuerzas reaccionarias, sino una nueva victoria de Occidente en la “guerra tibia” entablada contra el pueblo soviético bajo la apariencia de una lucha contra el comunismo.
Me gustaría también poner de relieve otro aspecto de la situación actual. Si se toman en serio los propósitos de los radicales y la imagen que dan los medios de comunicación que les son afectos, a lo que se asiste es a un enfrentamiento entre la luz y las tinieblas. Las fuerzas tenebrosas querrían hacer que el país volviera al estalinismo, mientras que sus adversarios luchan valientemente por la libertad y la prosperidad del pueblo. Esta interpretación de los hechos no tiene nada de común con los hechos. En realidad, son los radicales y no los golpistas quienes traen consigo un régimen estalinista de tipo dictatorial. Los golpistas traían un régimen de tipo brezneviano que constituía una alternativa al estalinismo.
En el plano político, los regímenes respectivamente estalinista y brezneviano se distinguen según dos criterios. Primer criterio: el estalinismo es un régimen voluntarista, mientras que el breznevismo es un régimen oportunista. Los estalinistas intentan obligar por la fuerza al pueblo a plegarse a la voluntad del poder supremo. Los breznevistas se adaptan a la rutina cotidiana. Segundo criterio: los estalinistas aspiran a constituir un aparato del poder fuera del aparato del partido, mientras que los breznevistas se mantienen en el marco del aparato del partido. El estalinismo se caracteriza por el poder del pueblo, es decir la organización de las masas según las leyes de los movimientos de masas sin estructura de dirección bien definida, pero conducidas por un jefe. El breznevismo se caracteriza por una burocracia del partido-estado con funciones estrictamente establecidas.
Para comenzar el juego, la dirección gorbachoviana ha manifestado tendencias estalinistas. Gorbachov ha creado estructuras de poder fuera del partido: el sistema presidencial. No ha dejado de pedir nuevos poderes y los ha obtenido. Sus reformas revelan un carácter impositivo, cosa que él mismo ha subrayado. Pero había conservado todavía el aparato del partido, aunque ya debilitado, a manera de instrumento. Con el fracaso del golpe, la situación ha cambiado. El voluntarismo yeltsiniano ha sobrepasado el voluntarismo no sólo gorbachoviano, sino incluso el estaliniano. En lo que se refiere al aparato del poder, Yeltsin ha ido incluso más lejos que Gorbachov y Stalin: aspira a destruir enteramente el aparato del partido y a crear un aparato de poder popular de tipo caudillista. A diferencia de Stalin, Yeltsin disimula la naturaleza de su régimen con un anticomunismo frenético en el espíritu de nuestro tiempo, a fin de atraerse los favores de Occidente y de unir a los elementos anticomunistas de una sociedad desorganizada. Es precisamente Yeltsin y no Gorbachov y los golpistas quien ha revelado ser represivo. Si un nuevo Gulag hace su aparición en el país, se puede afirmar de antemano con un alto grado de probabilidad que se deberá a los radicales dirigidos por Yeltsin, y no a los conservadores. Pero el Gulag de Yeltsin será un Gulag democrático, un Gulag “con rostro humano”.
A pesar de todas sus peripecias, la perestroika no ha sido jamás, por su naturaleza profunda, más que un paso del país desde el régimen brezneviano a una forma nueva de régimen staliniano bajo la máscara de la democracia. Esta forma democrática se deriva de la adaptación a las nuevas condiciones impuestas a la Unión Soviética por su derrota en la guerra fría contra Occidente. A fin de apoderarse del poder y conservarlo, los gorbachovianos y, a continuación, los yeltsinianos han aplicado la estrategia del derrotismo en esta guerra, volviendo a utilizar, voluntariamente o no, la estrategia de Lenin y de los bolcheviques cuando se apoderaron del poder en 1917. Pero será necesaria una larga experiencia trágica antes de que las masas perciban bajo la máscara engañosa de la democracia un régimen más temible que el que destruyen bajo las consignas de libertad y prosperidad. Cuando lo comprendan, será demasiado tarde. No podrán sino evocar el período brezneviano como una edad de oro de la historia soviética.
Al lanzar en el pasado la revolución comunista, los rusos cometieron un acto trágico. Pero cometen un acto no menos trágico al renunciar a los frutos de su difícil historia de más de setenta años. No veo nada que pueda justificar el regocijo por la tentativa de golpe de estado ni por su fracaso. Una y otro han contribuido a la marcha fatídica hacia la catástrofe nacional en sorprendente armonía con la marcha hacia un estalinismo renovado.