Si el poder argelino quiere establecer una relación sana con la sociedad y encontrar una solución a la cuestión cabil, debería tener en cuenta la tradición política de la sociedad no urbana.
Hoy en día, una parte de los orígenes del particularismo político de Cabilia proviene del pasado colonial, pero no es ni mucho menos un simple reflejo o producto de la especificidad de sus estructuras tradicionales. La marginalización política de la región –y, por tanto, el desprecio del que parece ser objeto por parte del poder en Argel– desde la legalización en 1989 de los partidos cabiles, cuya acción encorsetada dentro de una oposición impotente en la que la competencia es estéril tuvo tendencia a recluir en guetos a los cabiles, son las razones fundamentales del malestar y de la animadversión política que allí reinan actualmente. Dicho esto, no hay duda de que todas las manifestaciones de la disidencia política cabil desde la independencia de Argelia en 1962 –la rebelión del Frente de Fuerzas Socialistas (FFS) en 1963-65, la Primavera Bereber de 1980, la lucha por el reconocimiento de la identidad, las revueltas de 2001 y el movimiento contestatario dirigido por las supuestas “Coordinaciones” en 2001-04 en respuesta a las matanzas perpetradas por la policía contra unos jóvenes agitadores desarmados– se inspiraron en las tradiciones políticas que se remontan a la época precolonial.
Los etnólogos franceses del siglo XIX –Adolphe Hanoteau, Aristide Letourneux y Emile Masqueray– describieron la organización política de Cabilia tal y como era en el momento de la conquista, pero no fueron capaces de explicar ni su lógica ni su génesis. Así, el vacío que dejaron se colmó rápidamente con el “mito cabil”, una mezcla de las tesis de tendencia racista que enfrentaban a los “bereberes” y a los “árabes” y que explicaban la organización cabil…