México no pudo pagar en agosto de 1982 los intereses de sus créditos obtenidos en el exterior. Poco después, otros países iberoamericanos, al borde de la suspensión de pagos, adoptaron la misma actitud. En torno al problema de la deuda en Iberoamérica, se inicia así un periodo histórico de frustración, y pobreza que, lejos de haber concluido, se agrava año tras año, sin que se adivine un horizonte verdaderamente esperanzador. La deuda exterior acumulada en Iberoamérica alcanzaba a fines de 1988 la exorbitante cifra de 401.000 millones de dólares. Vargas Llosa, con su característica maestría, describe la situación en estos términos: “Casi sin excepción, en lo que se refiere a su vida económica, los países latinoamericanos están hoy estancados o retrocediendo. Algunos, como el Perú, se hallan peor de lo que estaban hace un cuarto de siglo. La situación de crisis se repite, casi sin variantes, de uno a otro país, con la monotonía de un disco rayado o de una imagen congelada. Caen la producción y los salarios reales, desaparece el ahorro y languidece la inversión, los capitales nativos fugan y los procesos inflacionarios renacen periódicamente luego de traumáticos intentos estabilizadores que, además de fracasar casi siempre, golpean duramente a los sectores desfavorecidas y dejan a toda la sociedad desmoralizada y aturdida. Con la excepción chilena y, en cierto modo, la colombiana, que parecen enrumbadas en un sólido proceso de expansión apoyado sobre bases firmes y de largo aliento, las otras economías de la región se debaten en la incertidumbre y enfrentan crisis de distinto nivel de gravedad.” (Mario Vargas Llosa: Visión económico-política de América Latina. ABC, Madrid, 4 a 7 de marzo de 1989.
Las causas de tan comprometida situación son muy complejas: un cúmulo de circunstancias adversas –culturales, económicas, sociales y políticas– se han aliado hasta…