POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 45

Una política europea para España

Editorial
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España ocupará la presidencia semestral del Consejo de la Unión Europea (UE) a partir del 1 de julio. Cuatro meses después, en noviembre, el tratado de Maastricht cumplirá dos años de existencia desde su entrada en vigor. De acuerdo con lo establecido en sus disposiciones finales será revisado en una conferencia intergubernamental convocada para 1996, quizá para el mes de abril. Es probable que la conferencia se prolongue a lo largo de 1997.

El tratado de la Unión firmado en Maastricht contiene un cambio de fondo en la construcción europea: la moneda única. Pero incluye también dos proyectos, tímidamente esbozados, sobre política exterior y de seguridad común, de un lado; asuntos de justicia e interior, de otro. Con todo, lo más relevante del texto dispositivo es el propio proyecto de reforma: la conferencia de 1996 redactará quizá el verdadero tratado, y el texto de Maastricht pasará a la historia como un borrador.

Este es quizá el fondo de la cuestión. En la dura y larga negociación que precedió a Maastricht se redactó un tratado en buena parte ajeno a la nueva realidad de Europa, tras el hundimiento soviético. Como se ha repetido cien veces, Maastricht reflejaba un mundo bipolar, en trance de desaparición. Quizá no fuera, después de todo, una mala solución: un proyecto que los europeos habrían de meditar durante algún tiempo, para definir después el verdadero tratado, firme y duradero. Un tratado para el siglo próximo que diera respuesta a las grandes cuestiones: qué clase de Unión, qué metas, qué modos de decisión, qué fronteras.

Desde la firma del tratado en 1992, se ha extendido en España una nueva corriente de escepticismo antieuropeo. Por un lado, el impacto de los problemas reales: la política agrícola común o la errática política de pesca son ejemplos visibles. La PAC ha…

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