Han pasado más de tres cuartos de siglo desde la firma de la Carta de las Naciones Unidas en San Francisco en 1945. Fue el nacimiento de una nueva era y de un pacto político mundial pionero para prevenir y protegernos del flagelo de la guerra, defender los derechos humanos y promover el desarrollo. Y lo que es más importante: tenía (y sigue teniendo) como objetivo dar respuestas colectivas a los desafíos globales, unas respuestas basadas en la cooperación y la solidaridad.
Con la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, en diciembre de 1941, se pusieron en marcha esfuerzos para crear una nueva organización que pudiera proporcionar una base segura para la paz y la prosperidad. Durante 1942, EEUU, Reino Unido, la Unión Soviética, China y otras 22 naciones que luchaban contra las potencias del Eje crearon una alianza en la que los miembros se comprometían a trabajar por el establecimiento de un sistema eficaz y de base amplia de seguridad internacional. Fue el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt quien sugirió el nombre de Naciones Unidas. Hasta el otoño de 1943, el foco de las deliberaciones sobre el tipo de organización que debía establecerse se centró en la fundación de una entidad internacional basada en principios federalistas. Es decir, un cuerpo legislativo con poderes sustanciales para promulgar leyes vinculantes para los Estados miembros. Desafortunadamente, esas visiones más ambiciosas para la futura cooperación internacional sufrieron un baño de realidad en la conferencia de octubre de 1943 en Moscú, organizada para discutir la visión del orden global que debía quedar reflejada en el borrador de la Carta de la ONU.
Quedó entonces en evidencia que la URSS no se opondría a algún tipo de mecanismo de seguridad colectiva, siempre y cuando se basara en la unanimidad de las grandes…