¿Y si los sujetos colonizados, los hombres y mujeres sometidos a la dominación colonial europea en el Magreb, fueran los grandes olvidados de su propia historia? Seamos claros: no escasean los libros académicos sobre la colonización de Marruecos por parte de Francia y España desde 1912 hasta 1956; ni sobre la colonización de Argelia por parte de Francia entre 1830 y 1962, y más tarde de Túnez, entre 1881 y 1956; o sobre la ocupación italiana de Libia desde 1912 hasta 1952. Pero en muchos de estos libros, y salvo raras excepciones, los sujetos colonizados se perciben desde la distancia, como fantasmas, masas anónimas, “nativos” según la despectiva expresión administrativa que algunos historiadores no dudan en utilizar una y otra vez, a veces sin comillas y sin reparos, en sus propias investigaciones. Estos escritos rara vez nos permiten oír las voces de los colonizados, sus reivindicaciones, sus mundos. ¿Cómo explicar la gran paradoja de una historia de la colonización del Magreb, y de Argelia en particular, que no centra sus relatos y sus consideraciones en las vidas, y tampoco en los pensamientos y los actos de los sujetos colonizados?
Archivos eurocéntricos
Una forma de entender esta paradoja es seguir a los historiadores hasta el origen de su trabajo: los archivos. Para escribir sus artículos y libros, los historiadores, y en ocasiones también los novelistas, se basan en documentos que investigan en archivos públicos (los archivos de los organismos gubernamentales) o a veces en archivos privados (en posesión de particulares o familias). ¿Y qué encuentran en esos archivos y, sobre todo, en los públicos? Esencialmente, escritos en lenguas europeas (en francés para una gran parte del Magreb colonizado; en italiano para Libia; en español para una parte del norte de Marruecos). Estos escritos fueron redactados o firmados por administradores coloniales, ya fueran policías, gobernadores, gestores o colonos. También son traducciones a lenguas europeas de cartas firmadas o escritas en árabe por jefes coloniales locales o por gente corriente.
La fuerza de estos documentos archivados por los administradores coloniales reside en su abundancia, y el mero volumen de los mismos y los detalles que contienen producen la impresión de que se trata de archivos muy completos, de que nos dan acceso a toda la sociedad colonial de arriba abajo, desde las élites coloniales y colonizadas hasta las poblaciones más subordinadas. Pero esta impresión de exhaustividad solo es parcial y, a veces, hasta ilusoria. Lo que muestran estos archivos son ante todo actos de administración y dominación. Estos documentos están llenos del deseo y la ansiedad de controlar a las poblaciones mayoritarias de colonizados frente a las minorías de colonos. Por definición, en estos documentos, los colonizados no son más que súbditos a los que hay que controlar y, a veces, con frecuencia, reprimir.
Trabajando con documentos administrativos, los historiadores pueden comprender la lógica de la dominación y la represión. Pueden redescubrir algunas palabras de los colonizados, pero palabras traducidas en parte de las lenguas locales (árabe y amazigh) a las lenguas europeas. Solo pueden desenterrar retazos de reivindicaciones y experiencias de los colonizados resumidas en pocas palabras para un informe administrativo o una petición. Por tanto, esta es una de las primeras razones de esta paradoja: la materia prima de los historiadores del periodo colonial en el Magreb, y en la Argelia colonial en particular, es un material que en apariencia es rico, pero que en realidad es parcial, incompleto e insuficiente por sí solo para comprender la vida social, las experiencias, los actos y las reivindicaciones plenas de los colonizados.
El desconocimiento de los escritos en los idiomas del Magreb
Para hacernos una idea más precisa, para acercarnos a las vivencias de una mayor proporción de colonizados, necesitamos ir en busca de sus palabras, y a veces de las palabras de sus descendientes, a través de encuestas orales (realizadas por historiadores, sociólogos y antropólogos). Pero a medida que nos alejamos de la época de la colonización, y que se vuelve más y más difícil recoger las palabras de hombres y mujeres que no están ni estarán ya con nosotros, hemos tenido y tenemos que buscar lo que los hombres y mujeres colonizados que sabían leer y escribir o que tenían acceso a la palabra escrita pudieron haber escrito o firmado. Estos hombres, y a veces mujeres, conocían o eran capaces de utilizar un gran número de lenguas y registros lingüísticos: como el árabe clásico (alfusha), los dialectos árabes (con variantes regionales), las lenguas amazigh (también con variantes regionales), el judeoárabe (palabras en hebreo y a veces árabe dialectal traducidas a caracteres hebreos en algunas comunidades judías norteafricanas) o el turco otomano para algunas de las élites otomanas que cayeron bajo el dominio colonial al principio de las ocupaciones francesas de Argelia en la década de 1830 y tunecina en la de 1880, y la conquista italiana de Tripolitania y Cirenaica en la de 1910.
La materia prima de los historiadores del periodo colonial magrebí, y en particular de Argelia, es parcial, incompleta e insuficiente para comprender la vida social, experiencias y reivindicaciones de los colonizados
Utilizando todas o algunas de estas lenguas, estos hombres y mujeres se dedicaron a escribir, o mandaron que se escribieran, cartas personales, ruegos y peticiones para hacer que sus palabras y reivindicaciones se oyeran en sus propias lenguas. Como en siglos anteriores, los notarios, jueces y juristas musulmanes redactaban actas notariales, sentencias judiciales y consultas sobre cuestiones jurídicas que les planteaban los miembros musulmanes de la comunidad. Como en siglos anteriores, los eruditos escribían crónicas, historias de su turbulenta época y de sus regiones, diccionarios biográficos y relatos de viajes. Los místicos sufíes siguieron escribiendo hagiografías de santos y describiendo milagros. Y en aquellos tiempos de interacción y enfrentamiento directo con los europeos, los hombres y mujeres de estas sociedades colonizadas, que vivían casi siempre en las grandes ciudades del Magreb, se apropiaron de los nuevos géneros literarios y científicos en uso en el mundo europeo, ya fueran novelas, cuentos o autobiografías, adaptándolos y escribiéndolos en su propia lengua o en árabe literario. También fundaron decenas y centenares de diarios y publicaciones periódicas en muchas lenguas, entre ellas el árabe y el judeoárabe.
Al no poder profundizar en las palabras y los escritos de los colonizados, los historiadores solo pueden captar una versión de la historia, sin duda importante, pero solo una parte
Sin embargo –y esta es una segunda razón de peso que explica la paradoja de una historia de la colonización que no se centra en los sujetos colonizados–, muchos de estos escritos, la mayoría en lenguas magrebíes, han sido pasados por alto o jamás tenidos en cuenta por numerosos historiadores occidentales de la colonización en el Magreb. Esto se debe a que, la mayoría de las veces, estos historiadores europeos y norteamericanos conocen una o varias lenguas europeas, pero no han recibido formación para leer árabe, amazigh o judeoárabe. Tanto es así que, en sus libros y escritos, estos historiadores hacen caso omiso de la existencia de estas otras fuentes que no tienen cabida en los archivos coloniales o les restan importancia. Son prácticas muy extrañas por parte de los historiadores coloniales: ¿quién escribiría una historia de Francia basándose únicamente en fuentes alemanas? ¿Quién se atrevería a escribir una historia de Italia sin fuentes en lengua italiana?
Y esta es otra paradoja de esta historia colonial que se distancia de los colonizados. Muchos historiadores e historiadoras tienen buenas intenciones. A veces, comprometidos con la lucha contra el racismo en nuestras sociedades contemporáneas, quieren comprender y explicar las motivaciones de la dominación colonial; de un modo u otro expresan su empatía con el sufrimiento y las injusticias padecidas por los colonizados; a veces quieren salvarles de un pasado de dominación. Pero al seguir dependiendo demasiado de los archivos coloniales, estos historiadores e historiadoras, a pesar de todos sus esfuerzos críticos y analíticos, siguen presos de un lenguaje y unos conceptos demasiado eurocéntricos. Sin poder profundizar en las palabras y los escritos de los colonizados, solo pueden captar una versión de la historia, una faceta ciertamente importante, pero solo una parte de esa historia.
El dominio de las universidades occidentales
Al igual que los archivos administrativos en los idiomas europeos prevalecen sobre las fuentes en lenguas magrebíes a la hora de estudiar estas sociedades colonizadas, los estudios occidentales en francés, español, italiano y, especialmente, en inglés sobre el Magreb colonial han adquirido mayor visibilidad e influencia que los estudios escritos sobre los mismos temas en árabe o en alguna de las lenguas europeas en cada uno de los países norteafricanos. Lejos quedan los tiempos en que, al final de la dominación colonial, tras la llegada de la independencia en las décadas de 1960 y 1970, historiadores norteafricanos como el marroquí Abdallah Larui y el argelino Mohamed Sahli alzaban la voz e incluso eran escuchados en el mundo occidental cuando instaban a descolonizar su historia.
El carácter autoritario de los regímenes políticos constituidos en el Magreb poscolonial no es lo único que ha contribuido a reducir progresivamente el margen de maniobra de los historiadores magrebíes que estudian la colonización. Estos historiadores también han sentido los efectos de la censura y la autocensura. Los regímenes autoritarios, como la República de Túnez del presidente Habib Burguiba, en el poder entre 1957 y 1987, o el Estado argelino dirigido por las élites nacionalistas del Frente de Liberación Nacional desde 1962 hasta finales de la década de 1980, fomentaron más bien la investigación histórica o la búsqueda de ciertas versiones de la historia de la lucha contra el colonialismo que pudieran reforzar su legitimidad política. Pero, sobre todo, lo que contribuyó a debilitar el deseo en Marruecos y Túnez de comprender las historias locales de la época colonial de una manera nueva y diferente fue el debilitamiento de las universidades públicas como consecuencia de los constantes recortes presupuestarios a partir de la década de 1980, debidos principalmente a la presión del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional.
A falta de narrativas e interpretaciones históricas procedentes de académicos magrebíes que se diferenciaran de las narrativas occidentales y se escucharan, leyeran e hicieran audibles como se pudo hacer en las décadas de 1960 y 1970, la más visible hoy en día sigue siendo una historia occidental, ciertamente crítica con el colonialismo, pero todavía eurocéntrica. Esta historia de los imperios coloniales francés, español e italiano ha seguido imponiéndose en el campo de los estudios sobre la colonización. Los practicantes de esta historia pueden estudiar, sin complejos, a los sujetos de los imperios, su psicología y su bandolerismo, e ignorar al mismo tiempo todo lo relativo a las lenguas y las historias de esos mismos sujetos. En resumen, aunque pretendan adoptar un enfoque crítico del colonialismo, estos historiadores de los imperios europeos corren el riesgo de perpetuar, a través del conocimiento, otra forma de colonialismo, otra forma de exclusión de las lenguas del Magreb.
La ausencia de diversidad académica
El hecho de que, en Europa, y en menor medida en Estados Unidos, quienes escriben esta historia académica del periodo colonial en el Magreb sean sobre todo historiadores de estas sociedades occidentales, no puede sino contribuir a este eurocentrismo, a esta concepción todavía eurocéntrica –francocéntrica, italocéntrica, hispanocéntrica– de lo colonial. A pesar de que muchas personas de origen norteafricano han vivido durante más de una generación –a veces durante más de tres– en países europeos con un pasado colonial en el Magreb (ya sea España, Francia o Italia), muy pocos de estos emigrantes o descendientes de emigrantes –todavía, y más que nunca, racializados y presa de una islamofobia creciente– han ocupado en su país de acogida puestos como investigadores y académicos dedicados al estudio de sus países de origen.
La misma cuestión de la diversidad que se plantea en muchos campos de la historia, en particular la historia de África en su conjunto o la historia de los afrodescendientes en Estados Unidos, se plantea muy raramente para África del Norte. En Francia, por ejemplo, en las raras ocasiones en las que sale a colación esta cuestión de la diversidad en lo que suelen ser conversaciones informales, los compañeros esgrimen el argumento del universalismo, de la necesidad de no hacer distinciones, aunque ello signifique permanecer en el statu quo, en el intermedio social y cultural. Sin embargo, una diversidad aceptada de orígenes y trayectorias de los investigadores implicados en esta historia colonial a la vez conflictiva y compartida, una diversidad adquirida a través de la formación de los estudiantes y de una contratación siempre exigente, podría contribuir a una mayor diversidad de enfoques. Esta diversidad de trayectorias unida a una diversidad de experiencias, sensibilidades y cuestionamientos entre los historiadores podría contribuir a transformar este campo de estudio histórico, a alejarse progresivamente de la paradoja demasiado flagrante de una historia del periodo colonial que mantiene alejados a los principales actores hasta de sus descendientes que viven en Europa. Pero, por el momento, estamos muy lejos de esa toma de conciencia en los principales países euromediterráneos con una historia de dominación colonial del Magreb.
Replantearse el tiempo y los territorios de esta historia colonial
Para eludir esta paradoja, también es necesario replantearse la forma de abordar los territorios del norte de África y su cronología. Desde el punto de vista de los territorios, muchos investigadores piensan principalmente en la historia colonial de esta región por países: unos pocos trabajan sobre Marruecos y Túnez; algunos menos sobre Libia bajo el yugo italiano; y muchos más sobre Argelia entre 1830 y 1962. A primera vista, esto tiene sentido: hay que saber delimitar el tema, y cada uno de estos países conoció una forma específica de colonización, en particular Argelia, sometida a una dominación colonial extremadamente violenta. Pero existe un gran riesgo de pasar por alto los movimientos de hombres, mujeres, conocimientos y mercancías que continuaron por toda la región y fuera de ella, dentro del mundo musulmán, incluso durante el periodo colonial. Estos flujos también han dado forma a estas sociedades. Desde el punto de vista cronológico, el periodo colonial fue un periodo importante que tuvo un impacto considerable en estas sociedades, al igual que en otras sociedades africanas. Pero las sociedades magrebíes, como muchas otras, siguieron viviendo según otras líneas temporales, otras épocas, al mismo tiempo que vivían bajo el yugo colonial. Así pues, como recalcamos en A Slave Between Empires. A Transimperial History of North Africa [Un esclavo entre imperios. Una historia transimperial del Norte de África], tras la conquista de Túnez por Francia en 1881, al final de más de tres siglos de pertenencia al imperio Otomano, una parte de la sociedad tunecina, y en particular las élites, siguieron siendo fieles al poder de los sultanes otomanos. Siguieron considerando la capital otomana, Estambul, como un recurso contra los ocupantes franceses hasta la década de 1920, hasta la caída final del imperio Otomano. Volver a situar a los colonizados en el centro de la historia colonial significa no solo redescubrir sus palabras y su comprensión del mundo, sino también su percepción del tiempo y de la historia. En resumen, no todo se reduce a los países europeos, sus lenguas y sus archivos./