Las guerras producen generalmente una radicalización (le las diferentes posturas y ello hace más transparentes determinadas situaciones complejas y más fácil el análisis de los hechos. El conflicto del Golfo escapa a este esquema. Porque no hay una única guerra del Golfo, sino dos guerras superpuestas o paralelas que se diferencian tanto por sus objetivos como por su naturaleza. Existe, en primer lugar, la guerra convencional de predominante carácter tecnológico que llevan a cabo los aliados para liberar Kuwait en el marco de la Resolución 678 de las Naciones Unidas. Existe además otro conflicto que el presidente iraquí quiere vincular a este: el conflicto entre el mundo árabe-islámico y el mundo occidental planteado bajo la forma de una guerra subversiva de carácter sobre todo psicológica.
Aún habría que añadir otros matices, porque los objetivos que persiguen los diferentes aliados americanos, europeos y árabes no son exactamente iguales. Los americanos querrían destruir el potencial militar de Irak aprovechando la liberación de Kuwait, librándose al mismo tiempo del dictador iraquí. Francia querría limitar su objetivo a la liberación de Kuwait llevando a cabo todas las acciones contra Irak que ello exigiera. Aparentemente, un Estado como Siria tiende a jugar un doble papel: explotar la probable derrota de su hermano enemigo iraquí y asumir luego sus mismos objetivos.
La postura de la URSS, de apoyo diplomático a los aliados a través de las Naciones Unidas, es una postura ambigua; querría sin duda, si las circunstancias se lo permitieran, situarse como mediador del conflicto en el momento oportuno. ¿Y qué decir de los Estados neutrales hostiles, como Yemen, Argelia o Irán? Su juego es complejo, y el desarrollo de los hechos puede orientar su política en diversas direcciones, desde la alianza con el grupo árabe revolucionario hasta el mantenimiento de una postura neutral, cada…