POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 126

Una Europa que sepa quién es y qué quiere

Hubert Védrine
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En su último libro, Continuar la historia, Hubert Védrine agita a europeos y norteamericanos, a unos por su pusilanimidad, a otros por su arrogancia. Occidente necesita realismo en un mundo cada vez menos occidental. Ofrecemos un capítulo con la mejor provocación europea.

Europa aún no sabe con exactitud quién es. Algo tan evidente visto desde Washington, Moscú, Pekín, El Cairo o Ciudad del Cabo, no lo es tanto visto desde Londres, Berlín, París, Madrid o incluso Bruselas. Por cierto, ¿dónde están sus límites? La historia, la geografía, la cultura, la lengua, la religión: no hay nada que permita acotar, cada uno tiene su definición. ¡Pero ningún europeo puede imponerla a los demás! Durante mucho tiempo, la guerra fría y la división de Europa en dos dispensaron a los europeos de toda definición. Ya se sobreentendía: la Unión estaba abierta a todo país democrático… de Europa. Más tarde, el deber de acoger lo antes posible a los países del Este liberados del comunismo hizo las veces de programa. ¿Y después? Entre sus raíces grecolatinas, el Imperio Carolingio, su pasado y su herencia cristiana, la de las Luces y la Revolución, su proximidad con un Oriente Próximo y a la vez lejano, y finalmente la democracia y los derechos humanos, a Europa le cuesta definirse, de tanto que teme en la actualidad cuanto esté relacionado con la identidad. Ateniéndonos a los criterios de Copenhague de 1993, para integrar la Unión basta con ser demócrata, practicar la economía de mercado y asumir por cuenta propia el acervo comunitario. En ese caso, ¿por qué no Senegal, Japón, India o Brasil?

Es verdad que, con las retractaciones en el caso de Turquía, el Parlamento Europeo y determinados gobiernos han redescubierto un cuarto criterio: la “capacidad de absorción”, concepto de sentido común, a falta de…

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