Tenemos un sistema energético sobredimensionado, ineficaz, ineficiente, contaminante, desgobernado, caro y valorado negativamente por los consumidores. Recuperar la capacidad de decisión y democratizarlo solo es posible si se coloca al consumidor en el centro del sistema.
Debido a que el sector energético es el mayor causante del cambio climático, su transformación debe ser el punto clave de todas las políticas de descarbonización en las diferentes economías del planeta.
Independientemente de la distracción que generan las decisiones del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en estos tiempos, su propagandística vuelta al carbón y a las energías contaminantes, que solo conseguirán aislar EE UU unos años, el consenso hacia la transformación de las matrices energéticas nacionales para dirigirlas hacia un 100 por cien de energías renovables es cada vez más grande.
Crece el consenso de que esta es la solución porque ya es tecnológicamente posible, las alternativas están ahí y han sido probadas, y porque, con la reducción de precios de los últimos años, son más baratas. El desplome de los precios en renovables ha supuesto un importante shock en el sector. Además, en los últimos años estamos viendo caer el mito de la necesidad de carga base con energías contaminantes (es decir que la gestión de los sistemas eléctricos requiere una base de generación por fuentes contaminantes) y estamos viendo también grandes innovaciones en almacenamiento y desarrollo de mini-redes que parecen haber completado las soluciones técnicas necesarias para sistemas 100 por cien renovables.
Justo ahora, en este contexto relativamente optimista, cuando numerosos países del mundo han puesto en marcha sus planes de transición energética y centrado sus políticas renovables, en España hemos sufrido una involución. La crisis no ha sido aprovechada para continuar con los cambios en la transformación del sistema energético, sino todo lo contrario. En el periodo 2013-14…