Entre muchos intelectuales occidentales hay tendencia a una percepción deformada de realidades relacionadas con nuestra seguridad. “Voluntad de descreer en lo horrible”, ha dicho Jeane Kirkpatrick de este fenómeno, también observado por Alexander Solyenitsin, quien lo llama “deseo de no saber”. Ciudadanos como son de países democráticos, acomodados en la paz, la prosperidad, la idea de progreso, esos intelectuales encuentran, en palabras de la embajadora Kirkpatrick, “muy difícil mirar de frente a la dura verdad de nuestro tiempo”. Esta tendencia no se limita en modo alguno a las elites políticas e intelectuales, pues también nuestros educadores y creadores de opinión tienen una especial responsabilidad de esforzarse por alcanzar una percepción clara de las cosas.
Una actitud que parece frecuentemente combinada con la “voluntad de descreer en lo horrible” es el relativismo moral e intelectual con que son mirados los valores y el comportamiento de Estados Unidos en el mundo. Esta actitud lleva a atribuir a Estados Unidos y a la Unión Soviética el común denominador de “superpotencias”, sin hacer acepción de las grandes disparidades morales existentes entre ellos. Esta concepción tiende a presentar los principios e instituciones de uno y otro país como imágenes especulares unos de otros.
Tanto la “voluntad de descreer” como la falacia de la “equivalencia moral” ya fueron identificadas anteriormente en nuestro siglo. En los años treinta, Reinhold Niebuhr consideró necesario combatir esas ideas, en unos días en que ciertos dirigentes religiosos norteamericanos se negaban a creer que la agresión nazi podía conducir a una guerra mundial. Algunos de ellos propugnaron el pacifismo como respuesta moral correcta a la amenaza nazi, y ésta fue la réplica de Niebhur: “Cualesquiera que sean las ambigüedades morales de las llamadas naciones democráticas…, es pura perversidad moral el igualar las insuficiencias de una civilización democrática con las brutalidades que los…