El futuro es ya. Vivimos en un mundo en gravedad cero. Se producen cambios tectónicos en el equilibrio de poderes de las grandes superpotencias. La maltrecha y envejecida arquitectura multilateral se muestra incapaz de minimizar el potencial de conflicto entre los tres grandes (China, Rusia y Estados Unidos). La tecnología y los datos se convierten en armas a pasos agigantados.
Pekín y Washington se enfrentan en ámbitos como I+D, telecomunicaciones de nueva generación, inteligencia artificial (IA), robótica, computación cuántica y tecnologías ligadas a la seguridad tradicional y a la superioridad militar y económica (prototipos de armas autónomas, semiconductores avanzados, etcétera). Rusia, entretanto, se ha revelado muy capaz de manipular tecnologías creadas por otros, de las que sabe aprovecharse para causar graves y duraderos trastornos informativos y económicos, con ánimo de avanzar en su estrategia nacional: demostrar que Occidente es corrupto y solo provoca división.
Aparecen nuevos objetos de disputa: los macrodatos, el software y la IA. La arquitectura de redes, el robo de datos, el control de la información y las tecnologías de vanguardia son los elementos característicos de un nuevo terreno de juego que muta a una velocidad difícil de asimilar para el Derecho Internacional, las burocracias estatales y las agencias reguladoras. Los ciberataques dirigidos desde Estados –como los protagonizados por los virus NotPetya (inteligencia rusa) o WannaCry (Corea del Norte)– causan miles de millones de dólares en pérdidas, destruyen infraestructuras vitales y, en algunos casos, están relacionados directamente con el aumento de la tasa de mortalidad en áreas específicas. De manera similar a lo ocurrido durante la guerra fría, las tensiones ideológicas entre superpotencias se materializan en toda Europa y en el Sur global, donde empresas chinas y estadounidenses compiten por el control del hardware (específicamente, la infraestructura de redes y sus componentes clave) y del software (es…