Dos viejos amigos, uno alemán, otro español, dialogan en clave europea desde hace más de 25 años. Ambos han vivido la aventura de la UE desde sus comienzos. Hoy debaten sobre las guerras, Hitler, Alemania, los judíos, Francia, España y la necesidad de reconciliación.
Mi madre me alojaba confortablemente en su interior: llegaba a su séptimo mes de embarazo cuando fue atropellada en el centro de Madrid por un camión militar. La placenta es una protección eficaz y a mí al menos me defendió. Nací con normalidad dos meses después, en abril de 1940. La capital había pasado al dominio del ejército de Franco un año antes y seguía siendo una ciudad militarizada. Mi padre había querido entrar en la academia general militar a los 16 años cuando el suyo, que mandaba una compañía en las montañas que rodean Melilla, murió en un ataque de los rifeños. Con un heliógrafo, el teniente coronel Valcárcel, acompañado de un joven teniente, transmitía datos al puesto avanzado que observaba abajo, en el valle. Desde 1860, los marroquíes contaban con un pequeño ejército bien organizado. La cumbre guardada por mi abuelo y sus hombres se enfrentó a un enemigo cinco veces superior. Como puede esperarse, los marroquíes ganaron. Todos murieron salvo dos soldados españoles, avezados corredores, que consiguieron escapar y llegar a Melilla.
Aquel año, 1921, mi padre hubo de renunciar a su carrera militar. Se licenció en Derecho en la Universidad Central y durante años ejerció como abogado en Madrid. Hay algunos paralelismos con tu historia, Jochen. Nos conocimos, creo, en 1987. En nuestras vidas hay convergencias y divergencias, pero con mucho las primeras predominan. Nací en Madrid cuatro años antes. Tú viniste al mundo a orillas del Báltico, cerca de Könisberg. En septiembre de 1939, Adolf Hitler dio la orden de invadir…