Cuando Rusia comenzó la invasión de Ucrania y los países occidentales pusieron en marcha una batería de sanciones comerciales y financieras, todos esperaban el colapso inminente de su economía. Sin embargo, la economía rusa vive en una fase de expansión alocada.
Esta tiene tres causas fundamentales: el aislamiento económico que sufre el país, una política fiscal ultraexpansiva y la venta de activos de reserva acumulados durante años. En el caso del sector inmobiliario, los precios están disparados –el metro cuadrado en las principales ciudades ha experimentado una escalada del 170%, según datos del Institute of Urban Economics– como consecuencia de los incentivos fiscales a las hipotecas. El Kremlin fijó una subvención a los tipos de interés manteniendo para los clientes las tasas entre el 6% y el 8% mientras que los tipos oficiales escalaban hasta el 16%. El Estado pagaba la diferencia.
Este sistema de tipos de interés ultra bajos se potenció durante los meses del Covid-19 y se mantuvo tras el inicio de la invasión. El objetivo era mantener con vida a una economía muy dañada por las sanciones. Pero el bloqueo financiero también provocó que las grandes fortunas tuvieran que dejar todos sus recursos dentro del país, por lo que comenzaron a invertir en vivienda en las grandes ciudades. Comenzó así una espiral de financiación barata y precios al alza que provocaba que las viviendas se pagasen solas. El coste financiero era tan bajo y la subida de los precios tan elevada que a las clases altas y medias les salía muy beneficioso comprar a crédito para vender más adelante.
A medida que el número de compraventas aumentaba y su precio era más elevado, la factura para las arcas públicas se multiplicaba. En 2023, el montante de nuevos créditos hipotecarios emitidos por las entidades financieras del país alcanzó…