Una alianza atlántica de ideas imperiales
Unos imperios se hunden, como es el caso de Rusia, y otros ascienden, como sin duda sucede con China. Si abundantes son las dudas sobre la marcha y el destino de Estados Unidos, pendientes del hilo trumpista, todavía más intensas lo son sobre la Unión Europea, cuyo carácter de imperio normativo la excluye en buena parte de la consideración imperial misma y recuerda, en cambio, la fragilidad del cemento que une a las naciones que la componen. Con mayor razón cuando ha sido la irrupción de la clásica política de la fuerza, aplicada en sus propias fronteras, la que ha venido a perturbar el hasta ahora plácido proyecto de un orden basado en reglas, europeas y para Europa naturalmente, pero también para el mundo.
Este libro trata de una discusión que abarca al menos un siglo y medio sobre qué significa convertirse en una superpotencia, en la que han estado embarcados intelectuales de las dos orillas del Atlántico y en especial de Estados Unidos y Alemania. El concepto central sobre el que gira esta exhaustiva investigación de historia de las ideas es el de Realpolitik, forjada en el crisol de las aspiraciones imperiales alemanas y estadounidenses en pos del estatus de grandes potencias mundiales a finales del siglo XIX. Justifica su interés el resurgimiento a principios del actual siglo de las doctrinas realistas del poder y de las relaciones internacionales, coincidiendo con la guerra de Irak, y todavía con mayor fuerza a propósito de la guerra de Ucrania y el ascenso de la China de Xi Jinping.
Entre las dos orillas atlánticas siempre han existido disonancias, especialmente intensas en los momentos de mayor tensión entre proyectos imperiales, aunque el empeño del autor es encontrar y subrayar las afinidades e influencias mutuas. La más inquietante, y en cierta forma la menos exhibida, a pesar de sus profundas raíces comunes, es la que destaca Specter entre el nativismo racista del Tercer Reich y el America First de Donald Trump, expresada por el ascenso electoral de un identitarismo blanco en ambos continentes, alrededor del empeñado por la pureza nacional de una nación homogénea.
«Specter muestra cómo la influencia del Grossraum penetra el pensamiento hitleriano, hasta llegar a su identificación con el concepto de Lebensraum (espacio vital)»
Y la de mayor valor práctico en los ascensos imperiales, la Doctrina Monroe, surgida en los principios de la Unión americana, validada en el final de siglo de ascenso imperial, y adoptada en el siglo XX como equivalente del concepto de Grossraum (grandes espacios), e incluso situada como eje del orden legal internacional decisionista concebido por Carl Schmitt para el imperio alemán. Specter muestra cómo tal influencia penetra el pensamiento hitleriano, hasta llegar a su identificación con el concepto de Lebensraum (espacio vital), mencionada explícitamente por Hitler ante el Reichtag en 1939: “Nosotros alemanes apoyamos una doctrina (Monroe) similar para Europa y sobre todo para el territorio y los intereses del Reich alemán”.
El momento colonial de fines del XIX fue la señal de partida en la emulación entre Estados Unidos, que emergía como gran potencia tras la derrota de España en Cuba y Filipinas, y la Alemania de Guillermo II, que acababa de salir del corsé bismarckiano con su Weltpolitik. En el tráfico de ideas, comparaciones y polémicas los pensadores alemanes y estadounidenses “se convirtieron en un equipo de rivales”. Aparecen entonces algunas de las ideas más escabrosas de la geopolítica del siglo XX, como la ya citada del Lebensraum, si bien el campo de observación es el de los amplios territorios aparentemente vacíos del continente americano que suscitan envidia en Alemania. El “realismo atlántico”, expresión acuñada por el autor, surge así en su primera versión como un proyecto de lenguaje político internacional, en paralelo con el nacimiento de la geopolítica en sus dos ramas de expansión navalista y territorial, y representadas por el teórico del mar Alfred Mahan y el de la tierra Friedrich Ratzel.
Un momento crucial analizado en el libro para la clarificación histórica son los Procesos de Núremberg, en los que no se enjuicia tan solo a militares y políticos sino también a pensadores y académicos, y destacadamente al jurista Carl Schmitt y al geógrafo Klaus Haushofer. Uno y otro mantuvieron diferencias conceptuales con los toscos discursos del nazismo, en los que Grossraum y Lebensraum terminan significando lo mismo, pero finalmente sus reflexiones “no pueden divorciarse de los efectos biopolíticos sobre el terreno”.
Es ambigua la valoración que merece Schmitt, considerado el jurista en jefe del régimen hitleriano al menos entre 1933 y 1936, pero de vinculación más discutible a partir de 1939, cuando se pone en marcha la máquina genocida y aparece “la distancia entre el pensamiento “völkisch” o racial y la teoría más genérica y espacial sobre el funcionamiento de los imperios y superpotencias”. Es nítida en cambio la vinculación del pensamiento geopolítico de Halford McKinder, Ratzel y Haushofer con Schmitt según Specter, que aporta también las respuestas del jurista a su interrogador en el juicio de Núremberg, en las que rechaza la vinculación de su teoría del Grossraum con el exterminio de los judíos por el Tercer Reich y reclama en cambio su pertenencia “a los más altos estándares de la academia, que nada tienen que ver con la política”.
Los vínculos de Haushofer con el nazismo, en cambio, son explícitos y además personales en el caso de Hitler, a quien influyó y adoctrinó con sus ideas geopolíticas. Specter no le tiene en muy alta consideración, aunque le considera relevante por la popularización de la idea del espacio vital centroeuropeo que preparó a “la opinión pública alemana entorno a la construcción del imperio hitleriano”. Exonerado de presentarse como testigo en los procesos de Núremberg a cambio de un escrito de reconocimiento de su culpa, su argumento central casa plenamente con el de Specter sobre la raíz americana del pensamiento geopolítico alemán.
El decisionismo de Schmitt, con su fructífera dialéctica entre amigos y enemigos, todavía reverbera en el pensamiento político actual, destacadamente en el populismo izquierdista de Laclau, de tan amplia influencia, mientras que el retorno de la visión geopolítica del mundo, inevitablemente vinculada a su “padre fundador”, Klaus Haushofer, no cesa de imprimir sus titulares en libros de éxito y en artículos de los grandes medios desde el 11-S. Anteriormente a la Segunda Guerra Mundial y al regreso de los viejos demonios de la política internacional, quedó clara la fructífera polinización del realismo imperial entre las dos orillas, de forma que son abundantes las coincidencias ideológicas: socialdarwinismo, primacia del interés nacional, excepcionalismo, teorías de los grandes espacios marítimos y territoriales… y finalmente el realismo de la política de poder entendido como una forma de ver y de expandirse por el mundo.
La investigación genealógica tiene su etapa final en el realismo estadounidense y su teoría de las relaciones internacionales de la Guerra Fría, cuyo padre indiscutible es Hans Morgenthau, el personaje central del argumento de Specter. Judío, alemán, formado como jurista en la estela de Schmitt, pero filosóficamente también de Nietzsche, Weber, Kelsen, Meinecke y Freud, e impregnado por tanto del pensamiento y de la historia trágica europea, pero a la vez de las ideas americanas de Hamilton y Jefferson, es el más influyente en el pensamiento de su país de adopción, al que llegó en 1937, y a la vez quien mejor “ilustra no tan solo el trasplante y el crecimiento de las ideas y los tipos ideales sino también la reinvención de los hábitos realistas de su generación de estadounidenses”.
Como George Kennan, padre de la doctrina de la contención frente a la Unión Soviética y otro de los fundadores del realismo estadounidense, las posiciones anti idealistas y anti moralistas de Morgenthau fueron interpretadas y sobre todo aplicadas durante la guerra fría en un contexto de militarización y polarización en el que sus autores no llegaron a reconocerse del todo. En favor de la restricción y del equilibrio para evitar los excesos de la política de poder, criticó la carrera nuclear de armamentos y se opuso a la guerra de Vietnam desde el primer momento, aunque también mostró su escepticismo más tarde ante la política de distensión y la Ostpolitk emprendida por Willy Brandt. En el debate sobre la defensa europea defendió la independencia nuclear propugnada por De Gaulle, anticipo del actual debate sobre la autonomía estratégica europea, y fue finalmente, según el autor, “un liberal antitotalitario de temperamento conservador y sensibilidad elitista”. Algo similar le sucedió también al padre de la bomba atómica, Robert Oppenheimer, opuesto a la bomba de hidrógeno y a la carrera nuclear con Moscú.
Specter no esconde sus cartas sumamente críticas con la moda geopolítica y con la idea de un orden internacional basado en la política de la fuerza, la característica más elemental de la teoría realista. Sus déficits democráticos, asegura, “están vinculados a los puntos ciegos que ofrece una élite responsable de las decisiones aislada del demos”. Propugna un realismo progresista de tradición anti imperial, caracterizado por la prudencia, el pragmatismo y la contención, en ningún caso por el aislacionismo, y se remite finalmente a la paz, la justicia y los derechos humanos bajo el orden legal de la visión normativa de Jürgen Habermas, filósofo al que dedicó su anterior libro (Habermas. An Intelectual Biography. Cambridge Univertity Press), frente a las políticas neoconservadoras de George Bush y a las críticas de la izquierda schmittiana a la democracia liberal.
El hilo suelto que deja el autor a disposición de la imaginación lectora sugiere una reflexión actualísima sobre las ambiciones rusas sobre el espacio euroasiático y el ascenso de China con su doble dimensión asiática y mundial, en las que tienen todo el sentido conceptos como la Doctrina Monroe, el excepcionalismo, el interés nacional, los grandes espacios o el espacio vital, auténticos e inquietantes compañeros ideológicos de los imperios que no podían faltar a la cita con los nuevos emperadores del siglo XXI.