Un puzle de personas, historias y emociones
Xavier Aldekoa es un apasionado de África, el Nilo y las culturas que le dan vida. No es fácil encontrar a gente con verdadero conocimiento y dedicación en algo, pero él tiene ambas cosas. Los lectores tienen la suerte de que, además, el autor sepa transmitir todo eso y les haga partícipes, abriendo la puerta no solo del conocimiento, sino del entendimiento y el respeto a la diversidad cultural.
Aldekoa lo advierte antes de sumergirse en sus historias, y el lector podrá constatarlo: Hijos del Nilo no es un libro de viajes, tampoco es un aburrido análisis geopolítico internacional y, aunque le preocupe especialmente al propio autor, ni mucho menos es una muestra de “pornografía de la miseria”.
El último trabajo de este periodista, analista, corresponsal, es un puzle de personas, emociones e historias que viajan de lo general a lo particular, y que no se deja nada suelto por el camino. Apoyándose en las experiencias ancladas en los países bañados por las aguas del Nilo, el autor va construyendo realidades. Una construcción de la que no pretende negar su propio sesgo subjetivo, lo cual es de agradecer. Sin paternalismo, Aldekoa no duda en mostrar su opinión sobre las cuestiones que van apareciendo durante el recorrido, como el uso habitual del soborno como moneda de cambio.
Conforme el lector consume líneas y páginas, se van abriendo frentes de reflexión y concienciación: la violencia sexual que sufren las mujeres durante los conflictos (como una herramienta de humillación colectiva más que como mera demostración de poder); el papel de los recursos naturales en los estallidos bélicos, y de los históricos rencores entre tribus; los ecos sociales e institucionales de la colonización, las dinámicas bélicas de los niños soldado, los secuestros y mutilaciones; el importantísimo factor de la educación para garantizar un futuro de paz; el involucramiento de países occidentales a través de la venta de armas; los desplazamientos masivos de personas refugiadas, y las dificultades burocráticas que dificultan el movimiento de periodistas y activistas dentro y entre estos países son solo algunos de los asuntos que no pasan –sería imposible– desapercibidos.
Todos ellos contribuyen a formar un contexto en el que dar sentido a unos países que son plenamente desconocidos para la mayoría de la población. Que nadie acuda a esta obra esperando encontrar una explicación simple y directa, tendente al maniqueísmo, sobre los conflictos que copan los titulares sobre África en Occidente. El viaje del periodista por esas tierras no consiste solo en moverse de un sitio a otro describiendo lo que ve, pues escribir así sería «una derrota». Se prepara, escucha, reflexiona, observa, y luego lo cuenta. Y lo hace con humor, con una narrativa amena y fácilmente digerible, sacando sonrisas e incluso carcajadas cada pocos párrafos.
Más allá del drama que envuelve muchas de las situaciones descritas, en primera o tercera persona, se respira esperanza y bondad, ganas de que haya un cambio que empiece desde cada uno, sobre la manera de entender y dialogar con otras culturas. Hay miedos, tanto de las voces a las que presta el atril como del propio autor, pero también voluntad de dejarlos atrás para construir relaciones más fructíferas en el futuro.