Donald Trump y Vladimir Putin tienen criterios similares y personalidades opuestas. El líder de Estados Unidos ama el espectáculo, el zar ruso es un adicto al secreto. En la Casa Blanca ansían una paz en Ucrania que los ponga por encima de la ‘era Biden’. A diferencia de Trump, Putin no tiene prisa: está seguro de que las reservas de combate de Ucrania disminuirán a partir de principios del verano. Ambos creen en un mundo donde los fuertes mandan en sus esferas y se respetan entre sí, tolerando que cada uno someta a los que le rodean.
Tanto Ucrania como Rusia llegaron a un acuerdo limitado que restringe la acción militar en el Mar Negro, aunque con varias condiciones. Pero el Kremlin reveló que sólo lo implementaría después de que se levantaran una serie de sanciones a sus instituciones financieras involucradas en el comercio agrícola. La administración Trump ya ha hecho concesiones asombrosas al Kremlin, retirando la membresía de Ucrania en la OTAN de la mesa y obligando a Kiev a aceptar mermas territoriales. Pero en esa carrera desesperada para enterrar la “era Biden”, el nuevo equipo rector de la Casa Blanca ha olvidado lo que sucedió durante el mandato demócrata: cómo y sobre todo por qué Rusia invadió Ucrania.
Por qué Rusia invadió Ucrania
Durante años Occidente ha cultivado el mito sobre el peligro de un Vladimir Putin acorralado, pero el líder ruso es más peligroso cuando cree que tiene las fichas bien colocadas. Así como Nixon comenzó a acercarse a China para romper la alianza chino-soviética, ahora vemos intentos de acercar a Estados Unidos y Rusia porque la administración Trump cree que China es más temible. El advenimiento del ‘segundo’ Donald Trump, dispuesto a asumir los puntos principales de la narrativa rusa y deseoso de abandonar a sus aliados, devuelve a Putin a sus alucinaciones previas a 2022. El optimismo de Moscú suele ser letal.
La principal causa que mueve cada invasión de Putin es que simplemente piensa que es posible hacerlo. Por eso lo llevó a cabo con éxito en las regiones separatistas de Georgia en 2008 y (donde contaba con el favor de parte de la población local) y Crimea en 2014 (donde además de apoyos ya tenía tropas acuarteladas en bases). Después, también en 2014, hizo lo mismo –con resultados desiguales– en Donbás y zonas fronterizas con Rusia (donde algunos colaboracionistas tomaron el control regional pero quedó claro, especialmente en ciudades como Járkov y Odesa, que no todos los que hablan ruso son pro-Kremlin). En la invasión a gran escala de Ucrania en 2022 también creyó que era fácil: los tanques avanzaron hacia Kiev en formación de desfile, con comida para unos días y uniformes de gala como parte del equipaje. Un sector de la población se asustaría y otro saldría a recibirles con flores, por lo que Kiev caería en unos días. No funcionó, pero nos dio mucha información sobre cómo se cocinan las guerras en el Kremlin. Aunque a Putin le gusta envolverse en las batallas gloriosas del pasado soviético, prefiere poner en marcha agresiones fugaces contra enemigos menores, en las que intenta que el factor sorpresa y algunas ventajas sobre el terreno le den una victoria rápida.
Una victoria que no llega
La victoria rápida no sucedió, pero tras una guerra de tres años, Putin siente que el triunfo puede llegar ahora rápidamente. Los motivos de lo que él llama “Operación Militar Especial” no han cambiado.
El principal motivo de Putin para invadir no es la defensa ni la toma de territorios (como se hace creer en cada negociación) sino el control político del estado vecino. Putin propició la independencia de facto de las regiones secesionistas de Georgia en 2008 no para poder hacerse con esos territorios (que todavía hoy siguen en un limbo jurídico) sino para crear un problema territorial a Georgia que le impidiese la entrada en la OTAN y condicionase su política interna para siempre.
Con la anexión de Crimea, no reconocida por Kiev, consiguió el mismo objetivo: la Alianza Atlántica no está por la labor de asumir unas nuevas fronteras jurídicas que no corresponden con las reales.
La “sublevación” sin anexión del Donbás derivó en un objetivo más sofisticado: negociando en Minsk, Moscú propuso un estatus especial para esas regiones, que se empeñó en seguir controlando a través de sus caudillos locales. El objetivo era enviar, desde ese ecosistema local viciado, diputados al Parlamento de Kiev que de manera obediente condicionasen las mayorías parlamentarias que rigen el rumbo del país. Pero al mantenerse esa zona como un teatro de marionetas de Rusia, Kiev tampoco quiso cumplir el trato y la clase política ucraniana prefirió beneficiarse de dejar eso sellado: los ucranianos más nacionalistas no querían negociar pero tampoco luchar y los más pragmáticos tampoco quisieron abrir una compuerta tras la que, además de trampas rusas, seguramente había pocos ciudadanos dispuestos a votarles.
Entre 2015 y 2021, Kiev se acostumbró a la ocupación parcial de sus territorios, por los que apenas presentó batalla, y prosiguió su camino hacia la UE y la OTAN. Precisamente por eso Putin –que había logrado los territorios de Crimea y medio Donbás a bajo coste asegurando que no ambicionaba nada más– lanzó la invasión a gran escala de Ucrania en febrero de 2022. El propósito inicial en 2022 no era ampliar el tamaño de Rusia –el país más grande del mundo– sino instalar un gobierno títere en Kiev. Aunque ante la perspectiva de una negociación la lógica de Putin insista en no renunciar a sus territorios, el objetivo último es la sumisión de Kiev a los planes de Moscú.
La desaparición de la URSS
Esa soberanía limitada de los gobiernos centroeuropeos, que a nosotros nos parece tan retrógrada y difícil de creer, fue ni más ni menos el trabajo rutinario de Putin hasta que cumplió 40 años. Cuando el control de Moscú sobre Europa Central cesó, la Unión Soviética –el mundo en el que creció Putin– se desmoronó, causando según sus palabras “la mayor tragedia geopolítica” del siglo XX.
Es importante comprender las razones de una invasión para evitar la siguiente. Y también para comprender que la entrega de territorios o la ausencia de garantías de seguridad será considerada por Moscú como un regalo, no como una solución. Y da igual quién presida esa negociación.
No, Rusia no reacciona ante la ampliación de la OTAN. Por eso no ha hecho absolutamente nada ante la entrada de Suecia o Finlandia, que han duplicado su frontera con la Alianza Atlántica dejando a San Petersburgo a tiro de piedra. Moscú no cree que sea fácil ocupar parte de Finlandia, y sabe que aunque lo hiciese no hay mimbres para condicionar el rumbo de los gobiernos que se vayan sucediendo en Helsinki. Pero cree que en Ucrania –donde hay un pasado cultural común, parte de la población comparte un idioma y ha habido un corrupto vasallaje político en el pasado– todavía hay una última oportunidad.
Para Putin la Guerra Fría fue una derrota de verdad en una batalla que en realidad no sucedió. Su invasión, mal llamada “operación militar especial”, es un intento de negar una guerra de verdad que trata de recuperar lo perdido en batallas que en realidad no tuvieron lugar. La URSS se desintegró desde dentro en 1991, por eso Putin intentó recrear en 2014 que Ucrania se había desmembrado ella sola, presentando su intervención armada como un proceso secesionista, que por cierto Moscú no hubiese permitido en su territorio. Cuando Ucrania –mermada en territorios pero no como estado– siguió existiendo como un país normal, afrontando el COVID, cambiando de presidente y hasta transformando su mapa político más allá de la dinámica este-oeste… Putin tuvo que quitarse la careta y lanzar a las claras una invasión total que hasta días antes sus acólitos dentro y fuera de Rusia tildaban (acertadamente, por una vez) de disparate cuando la leían en forma de augurio en los medios occidentales.
Fin de la ayuda
Sin ayuda de Estados Unidos, el frente ucraniano podría empezar a colapsar tras el verano. Pero si algo podemos aprender de los ucranianos es que –aunque no recuperan territorio como sus aliados occidentales esperaban– son capaces de proteger sus grandes ciudades incluso en las peores circunstancias.
Los ucranianos se están protegiendo con drones, minas y artillería. Gran parte de los drones y las minas ya se fabrican en Ucrania. Para mantener el pulso con artillería, Ucrania necesita que le den munición y Europa puede ser ese suministrador. El problema de Europa es que tiene poco ‘fondo de armario’ y el año que viene podría quedarse sin existencias.
Por eso la propaganda pro-Kremlin, camuflada ahora como un movimiento pacifista, está tratando estos días de influir en la opinión pública para que cese el envío de armas a Kiev por el ‘bien’ de los ucranianos. Con frecuencia se presenta la defensa de Ucrania como un inútil envío de jóvenes a morir en el frente, señalando el fin del envío de armas como una extraña manera de salvarles la vida. Paradójicamente, una debacle en los suministros de armamento avanzado (sobre todo el que intercepta misiles de precisión), bien porque EEUU cierra el grifo o bien porque los países europeos deciden guardárselos para ellos, se notaría sobre todo en las ciudades, donde viven las madres y los hijos de esos soldados. Las ciudades alejadas del frente, donde la muerte es un goteo, pueden empezar a parecerse a las escombreras en las que se han convertido las localidades del este del país.
«La prisa de Trump por imponer el fin de la guerra de Ucrania hace temer un acuerdo con Putin que podría alterar el panorama geopolítico»
Si las armas que se usan en el frente son en buena medida producidas por Ucrania, los apologetas del desarme ajeno no están evitando viudas y huérfanos, sino que están propiciando que esas esposas e hijos mueran en sus casas víctimas de los misiles más sofisticados que Ucrania no puede parar por sí misma. Este trágico escenario es más útil para Moscú, pues lleva años con las ciudades en su mirilla porque sabe que así es cómo puede lograr la rendición: los ucranianos luchan por salvar a sus familias, tal vez no lucharán si ven que pese a su sacrificio sus familias mueren igual.
«El apoyo de EEUU tiene importancia cuantitativa y cualitativa. Los repuestos no son fáciles de sustituir y la inteligencia tampoco»
El apoyo de EEUU tiene importancia cuantitativa pero también cualitativa. Algunas piezas de repuesto vienen de allí, sin ellas no funciona el tanque y no son fáciles de sustituir (y Estados Unidos conserva la capacidad de denegar cualquier transferencia). Lo mismo ocurre con las labores de inteligencia, los ‘ojos’ de los ucranianos sobre el campo de batalla son muchas veces prestados.
Las pulsiones del zar
Las señales que ha recibido Putin durante estos años es que las sanciones son manejables y que Occidente al final siempre se cansa de la guerra. Biden se cansó de Afganistán, Trump está harto de Ucrania. Lo que motiva el ataque de Putin en el pasado y en el futuro no es la fuerza unipolar de Estados Unidos, sino su desistimiento.
La prisa de Trump por imponer el fin de la guerra de Rusia en Ucrania –y su aparente aceptación de los argumentos del Kremlin– ha avivado los temores de un acuerdo de paz con Putin que podría socavar la seguridad de Kiev y de Europa y alterar el panorama geopolítico. La actitud del líder norteamericano ha colocado a EEUU en una posición de inferioridad ante Rusia en una negociación: para Putin Ucrania es muy importante, para Trump es simplemente muy urgente. Toda la visión de la administración Trump de una paz rápida se basa en la idea de que Putin quiere poner fin a la guerra y necesita un poco de ayuda para obligar a Volodímir Zelenski a comprometerse, pintándole un panorama sombrío que facilite una paz humillante, aunque en el campo de batalla, las pérdidas de Rusia superan con creces las de Ucrania. Pero Putin tiene objetivos ambiciosos, y Trump solo tiene prisa. De nuevo ambos no se muestran como políticos idénticos ni opuestos, sino complementarios.
Mientras tanto, Moscú ha pasado de paria a ser un socio preciado en el lapso de apenas unos días: los incentivos de la paz los ha conseguido con la guerra todavía en marcha.
En 2023 Anne Applebaum me dijo: “Fue un error pensar que el capitalismo bastaría para democratizar Rusia”. En su bronca en el despacho oval, Trump y Vance se indignaron porque Zelenski no compraba el mito de que los negocios –en forma de inversión de EEUU en minerales– bastaría para protegerle.
El “abandono” de Ucrania refuerza el prisma colonial de Putin, que considera que los ucranianos constituyen un pueblo pero tienen un estado por casualidad que en realidad no tiene entidad propia. En su mente imperial, un estado existe en la medida que tiene un ejército para seguir viviendo como tal. La desprotección ucraniana en 2025, además de ofrecer ventajas operativas para el ejército ruso, confirma las pulsiones del ‘zar’: como estado fracasado ha de ser engullido por el estado exitoso o será captado de nuevo por otra potencia. Todo esto respalda el sometimiento de Ucrania entera, en lugar de conformarse con lo “mordido” hasta ahora.
Sin intención de terminar la guerra
“En el círculo más cercano de Putin están seguros de que no tiene intención de poner fin a esta guerra. Hablar de posibles negociaciones no significa que esté buscando la paz. La guerra es la herramienta definitiva para gobernar el país: le otorga un control absoluto”, dice el escritor ruso Mijail Zygar, autor de War and Punishment: The Story of Russian Oppression and Ukrainian Resistance (Weidenfeld & Nicolson, 2023).
Trump, igual que Putin en el pasado, juega a ser un analgésico para un país dolorido. Ambos asumieron que la época dorada de la nación ya pasó, pero que pueden hacerla girar para volver a la grandeza, aunque siempre se cuidan de especificar en qué año se encuentra ese oasis perdido, porque pocos querrían volver a esa fecha. Ambos sostienen que sus predecesores políticos humillaron al país: Putin es el reverso de Mijaíl Gorbachov, que dejó escapar el dominio de la URSS; Trump busca enterrar el mandato de Joe Biden, pero también los consensos en torno a los cuales los demócratas y republicanos se alternaban en el poder.
Putin creó un régimen sin alternativas a principios de los años 2000, cuando Rusia se buscaba a sí misma sin el relato de la URSS y con el mal recuerdo de los noventa. Trump parece estar construyendo un sistema a su medida, basado en el hartazgo y la frustración de la población con el sistema político.
“Si Putin convierte esta guerra en una victoria, aumentarán las probabilidades de que surjan imperialistas post-Putin. A Estados Unidos tal vez no le importe: Moscú negocia a nivel mundial pero reivindica su territorio cercano”, advierte Antón Barbashin, director editorial de la web de análisis RiddleRusia. En cambio “la UE deberá hacer frente a las consecuencias a largo plazo”.
Un mal negociador
Trump y Elon Musk llevan años repitiendo los argumentos rusos. Los políticos europeos acusaron a Trump de otorgar concesiones gratuitas a Moscú al descartar la membresía de Ucrania en la OTAN y decir que era una ilusión que Kiev creyera que podría recuperar ese 20% de su territorio que ahora está bajo control ruso. Trump incluso ha llegado a decir que Ucrania “nunca debería haber iniciado” la guerra, que comenzó con la invasión a gran escala de Rusia en 2022.
Por su parte Rusia no hace concesiones. El ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, ya dijo que Moscú no aceptaría tropas de la OTAN en Ucrania ni como fuerza de paz. La guerra ha sido desigual (el segundo ejército del mundo contra el país más pobre de Europa) y ahora la negociación también muestra una mesa inclinada. El primer encuentro en Riad se produjo con inferioridad de condiciones para Washington. Durante el encuentro, Lavrov y el asesor de política exterior del Kremlin, Yuri Ushakov (dos veteranos que han pasado juntos 34 años en sus funciones actuales) negociaron con tres asesores de Trump que estaban en su primer mes en el puesto: el secretario de Estado Marco Rubio, el consejero de Seguridad Nacional, Mike Waltz y el enviado de Trump, Steve Witkoff. En el lado ruso, ideas propias. En el lado de Estados Unidos, desprecio hacia aliados y predecesores y ganas de imponerse a ellos, aunque sea a costa de dar una victoria a su eterno rival geopolítico: la dictadura rusa, que sabe que seguramente sobrevivirá, pero quiere sacarle todo el jugo posible.