Las propuestas para reforzar el marco regulatorio y de supervisión de la banca no abordan el verdadero problema: la necesidad de cambiar un modelo bancario en el que conviven dos actividades antagónicas como son la custodia de los depósitos y la concesión del crédito.
En una crisis hay dos tipos de responsabilidades en juego por parte de los gobernantes. Una mira al pasado, relativa a la acción u omisión que haya provocado, permitido o agudizado dicha crisis. La otra mira al futuro, y consiste en extraer lecciones de lo ocurrido y llevar a cabo los cambios necesarios para evitar, en la medida de lo posible, que vuelva a ocurrir. En este artículo nos ocupamos de la segunda en el ámbito de la respuesta a la crisis bancaria.
La pregunta es si con las medidas que se están tomando en respuesta a la crisis actual estaremos al abrigo de nuevas crisis bancarias tan violentas y sistémicas. Intentaremos explicar que mientras no se corrija la inestabilidad intrínseca del modelo bancario en vigor, seguiremos expuestos a quiebras bancarias, a los consiguientes rescates y a la elevación de la deuda pública. Ni el endurecimiento previsto de la regulación bancaria, ni el proyecto de unión bancaria en el seno de la Unión Europea son suficientes para protegernos eficazmente de dichos riesgos, por lo que se propone un modelo bancario alternativo más estable, sólido y mejor adaptado a los ciclos económicos.
La respuesta regulatoria a la Gran Depresión de los años treinta, por ejemplo, produjo resultados a la altura de los desafíos planteados. Aquella crisis puso de relieve la indefensión de las personas frente a la adversidad económica y los efectos deflacionistas del empobrecimiento resultante. También puso en evidencia la vulnerabilidad de la economía real a los espasmos violentos que regularmente conoce el sistema financiero cuando…