El mundo árabe está convulsionando desde hace más de una década. Los regímenes autocráticos de Egipto, Libia, Sudán, Túnez y Yemen fueron derrocados. En Argelia, Jordania, Líbano y Marruecos, los gobiernos se vieron obligados a abandonar el poder por una conjunción de protestas masivas y elecciones. Diversos grupos insurgentes se hicieron con el control de gran parte de Siria y Libia, así como de diversas zonas de Irak y de la península egipcia del Sinaí, mientras que el Estado Islámico estableció una entidad operativa –y macabra– que abarcaba importantes regiones de Irak y Siria.
Estos acontecimientos son aún más notables si se tiene en cuenta que, desde el levantamiento popular de 1985 que condujo a la destitución del presidente sudanés Jaafar al-Nimeiry, que había tomado el poder mediante un golpe militar en 1969, no se habían producido golpes de Estado o revoluciones con éxito en el mundo árabe. De los líderes depuestos en la última década, el libio Muamar al Gadafi llevaba en el poder desde 1969; el egipcio Hosni Mubarak, desde 1981; el yemení Ali Abdallah Saleh, desde 1978; el tunecino Zine el Abidine Ben Alí, desde 1987; y el sudanés Omar al Bashir, desde 1989. La única excepción fue la destitución, en 2003, del iraquí Sadam Husein, resultado de una invasión extranjera y no de una rebelión interna.
Al analizar la última década larga de revueltas árabes, la primera pregunta es cómo unos sistemas aparentemente estables perdieron el control tan rápidamente. Relacionado con esto y con la persepectiva de los años, cabe también preguntarse si las revueltas fueron de naturaleza regional o una coincidencia de acontecimientos nacionales no relacionados entre sí.
En este sentido, es útil recordar que, en 2011, a menudo se comparaba el mundo árabe con la Europa del Este a finales de la década de…