En 1996 la Unión Europea podrá dar dos pasos de dimensión histórica: avanzará, quizá, de modo decisivo, hacia la moneda única y modificará el tratado de Maastricht en la conferencia intergubernamental que se inaugurará en Italia la próxima primavera.
En la Comunidad ha existido un núcleo duro de seis miembros, los seis fundadores de 1957, creadores también de la CECA en 1952 (quizá sea esta última la verdadera fecha de nacimiento de la Europa comunitaria). Esos seis miembros han mantenido desde hace cuatro décadas un proyecto de unión. No han conseguido ser respetados hasta hoy en el terreno político ni en el militar: pero Europa ha conseguido afirmarse como gran potencia económica. Acostumbramos a subrayar los fallos de la Comunidad, sus errores y fracasos: pero no recordamos el esfuerzo de los últimos 43 años, ni la envergadura de los logros obtenidos desde la primera unión aduanera hasta el mercado interior. Precisamente porque los resultados han pesado más que los errores hay nueve Estados más –entre ellos Gran Bretaña y España– que han llamado a la puerta del club para pedir su ingreso en él. Otros aspirantes esperan ser admitidos antes del final del siglo.
Estados Unidos cree lo que muchos europeos sostienen también: la moneda única será un gran paso hacia la unidad. La unidad monetaria armonizará las políticas fiscales y presupuestarias, aproximará los diferentes modelos de seguridad social y las normas de contratación. El proceso de unión monetaria y económica –por este orden– dará un nuevo impulso a la unión política. Si hay una sola moneda, la política exterior y la política de seguridad avanzarán. El núcleo duro fundador repite el mismo argumento de los años cincuenta: a nadie se obliga a entrar en la Unión. Pero quien entre en ella debe cumplir los tratados. Por eso es teóricamente…