Las actuales dificultades presupuestarias del ministerio de Defensa español provienen de compromisos adquiridos 15 años atrás. La austeridad lleva a sacrificar en el altar del pago de los Programas Especiales de Armamento otros intereses estratégicos del país en política exterior.
Solían en la mitología griega castigar los dioses a los humanos cumpliendo en exceso sus deseos y ahogándolos, en ocasiones literalmente, en la abundancia. De igual manera, el anhelado proceso de modernización de las fuerzas armadas, al que España accedió en la segunda mitad de la década de los noventa y cuyo fin último era la convergencia militar con Europa occidental (en equipos, tecnología y capacidades), ha llevado a nuestros ejércitos, por un cúmulo de causas aquí bosquejadas, a la adquisición desmedida de grandes sistemas de armamento, deseo en demasía satisfecho que conlleva, como punitiva consecuencia divina, un escenario de cuasi colapso financiero (por la enormidad de los pagos que advienen) y parálisis operativa (pues se sustraen recursos dedicados al mantenimiento y “alistamiento” de las tropas al tiempo que se dirigen a la rúbrica anterior).
Así, la resolución de este imbroglio y la mitigación de sus repercusiones (en la industria del sector, en el empleo generado y en los compromisos con nuestros socios) ocupan hoy la agenda del ministerio de Defensa. Pero trascendiendo esta problemática de carácter económico-financiero surge una duda colateral también interesante: ¿cómo está afectando esta sobrevenida inoperatividad de la defensa española en la conducción de una bien pertrechada y comprehensiva política exterior?
En los últimos tiempos, una letanía persistente en el ministerio de Defensa dice que este se encuentra anualmente infradotado, que no le basta la provisión de recursos económicos que recibe para realizar las funciones que la Constitución le atribuye, los compromisos internacionales que los distintos gobiernos adquieren o la adaptación requerida a los nuevos escenarios…