En el futuro Egipto, el ejército desempeñará un rol político decisivo, mientras el islamismo segurá en la oposicion, ya sea en las instituciones o en la clandestinidad
Más allá del debate semántico sobre si el pasado 3 de julio hubo un golpe de Estado o una nueva ola revolucionaria en Egipto, los hechos acaecidos este verano en la nación árabe son conocidos por todos. El primer presidente electo, el islamista Mohamed Morsi, fue depuesto gracias a la intervención del ejército, apoyado en las calles por una multitud. El movimiento político de Morsi, los Hermanos Musulmanes, lanzó movilizaciones callejeras con el propósito de restituirle en el poder. Las nuevas autoridades actuaron de forma muy contundente para poner fin a las protestas y el país se adentró en un periodo de gran polarización y violencia callejera.
Lo que no está nada claro es hacia dónde se dirige Egipto. El país está siendo administrado por un gobierno civil interino, presidido por Adly Mansur, presidente del Tribunal Constitucional. Sin embargo, el verdadero hombre fuerte del nuevo régimen es el ministro de Defensa y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, Abdel Fatah al Sisi. Suyas eran las fotografías que levantaron los manifestantes el 3 de julio. La polarización del tiempo político actual ha impuesto un pensamiento de tipo binario, desplazando a terceras opciones: se debe escoger entre el ejército y los Hermanos Musulmanes. Así pues, al menos a corto plazo, el futuro de Egipto dependerá de las interacciones de estos dos actores, los más poderosos del panorama político egipcio desde hace décadas.
La agenda de Al Sisi
El general Al Sisi cuenta con un amplio margen de maniobra gracias a su elevada popularidad en la calle egipcia, al culto a su personalidad que le dispensan los medios de comunicación, y a la cohesión que…