Este agosto, por primera vez en la historia de Turquía, el nuevo presidente será elegido directamente por el pueblo. En teoría, seguirá siendo un jefe de Estado relativamente simbólico, con menos poder que el primer ministro. Sin embargo, como se ha visto a lo largo del último año, la escena política turca es propensa a los cambios repentinos y dramáticos, y mucha gente espera que el futuro presidente asuma poderes nuevos aún por definir.
En los últimos seis meses, el gobierno del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) ha sentado un precedente al otorgarse cada vez más autonomía. En la práctica, el poder judicial ha dejado de funcionar como un organismo independiente, y actualmente está bajo control del gobierno. Se han promulgado leyes para limitar la libertad en Internet y evitar las protestas pacíficas. A pesar de ello, y por ello, las protestas siguen estallando en las ciudades turcas un año después de Gezi, y la comunidad internacional continúa reprobando el historial de Turquía en materia de derechos humanos. ¿Se puede sostener esta situación? ¿Qué quieren los turcos?
El sábado 31 de mayo de 2014 la gente se congregó en las calles cercanas al parque Gezi de Estambul, exactamente igual que un año antes. Pero en esta ocasión su estado de ánimo era muy diferente, amargo y fatalista, sin apenas nada de la energía entusiasta que había caracterizado las protestas del año anterior. Esta vez el parque Gezi había sido acordonado con horas de antelación. Policías de paisano armados con porras patrullaban las esquinas, actuando de siniestro refuerzo de los miles de antidisturbios apostados alrededor de la plaza Taksim, con sus camiones con cañones de agua. Solo los manifestantes más decididos y politizados se dirigían a la desigual batalla con máscaras antigás y cascos, dejando a la gran…