En enero, en una conferencia de prensa en París, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan se quejó de que los años de espera para el ingreso de Turquía en la Unión Europea están siendo “extenuantes para nosotros y para la nación. Tal vez ello nos fuerce a tomar una decisión”. El presidente francés, Emmanuel Macron, le respondió que “para la relación con la UE está claro que los acontecimientos recientes no facilitan el progreso”. Macron continuó diciendo que “debemos salir de la hipocresía de creer que el avance natural hacia la apertura de nuevos capítulos en la negociación es posible. Esto no es verdad”. Periodistas y altos cargos gubernamentales han utilizado discretamente la palabra “hipocresía” para describir el proceso de adhesión de Turquía a la UE, sobre todo desde 2010, cuando se detuvo al abrirse únicamente 16 capítulos de las negociaciones.
Es raro para un líder europeo utilizar este lenguaje en ámbitos oficiales. Cuando, tras su regreso de París, se le preguntó a Erdogan por los comentarios de Macron dijo: “no quise entender lo que dijo exactamente. Me centré en que nos entendiera. Pensé que él comprendería lo que dije. Intenté explicárselo de la mejor manera posible”. Teniendo en cuenta ambas declaraciones, se puede percibir que la relación turca con la UE es un microcosmos.
Hoy, tras 13 años del comienzo de las negociaciones, 30 de la solicitud turca para adherirse a la UE, y medio siglo después del acuerdo de asociación con la Comunidad Económica Europea, la relación con Ankara está en riesgo. En el mejor de los casos, es un ejercicio de hipocresía que funciona para las dos partes. En el peor de los escenarios, se trata de un diálogo de sordos que llevará a un divorcio lento.
Está claro que las cosas no deben evolucionar así. La…