El país debería emprender el camino hacia la descentralización política y administrativa, y así reducir la desigualdad regional a un ritmo más acelerado.
Medio año después de las primeras elecciones municipales democráticas de su historia, Túnez no parece ver claro el camino por dónde seguir. Sin embargo, tras los comicios del 6 de mayo de 2018, los Consejos Municipales se han ido conformando ordenadamente durante el verano con un sistema de elección a dos vueltas para elegir a los alcaldes. Estas elecciones fueron postergadas varias veces los últimos dos años por lo mucho que implicaban para la reordenación del país y el surgimiento de una nueva clase política local. Vistos los resultados, han servido para consolidar la vuelta de Ennahda como primer partido (38% de las alcaldías) y certificar el descalabro de Nida Tunes (21,5%), así como el surgimiento de una nueva fuerza política, los independientes (34%). Las cuotas en favor de las mujeres, los jóvenes y los discapacitados trajeron nuevas caras a muchas comunas tunecinas (un 20% de mujeres alcaldesas), una de ellas, Suad Abderrahim, islamista independiente y empresaria, será “cheija” de Túnez capital por primera vez en la historia.
La sombra del proceso electoral que, por otro lado, resultó impecable y era imprescindible para completar el ciclo de elecciones democráticas desde la Revolución de los Jazmines (presidenciales, legislativas y municipales), fue la baja participación (33%), síntoma de una sociedad que muestra hartazgo por los escasos resultados económicos, sociales y por la tardanza en atajar los problemas estructurales: corrupción, burocracia lenta, mala gestión urbana, desempleo juvenil, poca transparencia, desigualdades regionales, etc…