El paso a la economía ecológica se hace cada vez más inevitable para Túnez y, sobre todo, para la continuidad de su economía.
Sus características geofísicas constituyen una ventaja para iniciar un desarrollo sostenible, cuyos costes de producción son poco significativos.
Las regiones que más contribuyen al valor añadido agrícola serán las que más tengan que perder por el impacto del cambio climático.
A partir de la década de los sesenta han surgido varias corrientes ecológicas a raíz de la constatación probada del deterioro de la naturaleza a causa de las actividades humanas, sobre todo las de origen industrial. Estas corrientes, que tienen por objetivo la preservación del medio ambiente, se han manifestado presionando sobre todo a las empresas industriales para reducir las externalidades negativas generadas por sus actividades contaminantes.
Estas presiones, que tienen, entre otras cosas, varios orígenes e intensidades distintas, se han producido de formas muy variadas: demandas judiciales, exigencia de un informe de impacto medioambiental antes de financiar cualquier proyecto, un lobby ecológico que ejerce presiones sobre el legislador para desincentivar a posteriori las actividades económicas posiblemente contaminantes, el principio de quien contamina paga, etcétera. Para sortear estas presiones, algunas empresas han realizado de facto inversiones de tipo ecológico o verdes (por ejemplo, las ecoetiquetas o los ecocertificados en el sector agrícola) para reducir al máximo cualquier efecto indeseable que pueda afectar al frágil equilibrio de la biodiversidad…