Túnez, aprendiendo sobre democracia
Una década después del inicio de la oleada de protestas antiautoritarias en el mundo árabe, Túnez es el único país en el que el movimiento revolucionario que derrocó a Zine Abidine Ben Ali ha dado lugar a un proceso de transición política en el que se han alcanzado grandes logros pero que todavía afronta importantes desafíos. El análisis crítico de ese proceso de aprendizaje de la democracia en el que Túnez sigue inmerso es el objeto de la obra Tunisie, l’apprentissage de la démocratie de la profesora e investigadora Khadija Mohsen-Finan, contribución de obligada lectura para todas aquellas personas interesadas en profundizar en las dinámicas de cambio político en el Norte de África.
Aplaudida desde el exterior como el ejemplo de éxito de la llamada Primavera Árabe, la transición tunecina ha alcanzado grandes logros políticos e institucionales: celebración periódica de elecciones libres, alternancia pacífica de los gobiernos, redacción de una Constitución consensuada en 2014 que garantiza las libertades fundamentales, incluida la de conciencia y consolidación de una sociedad civil dinámica como instancia de mediación impulsora de consensos en momentos de crisis, pero también fiscalizadora de la actividad política, parlamentaria y de la administración. Sin embargo, las reivindicaciones de carácter socioeconómico, que también se encontraban en el origen del élan revolucionario surgido en el interior menos desarrollado del país, no han sido atendidas. Las desigualdades sociales y regionales entre el Sur y el interior del país, y la costa más desarrollada, han aumentado durante la última década empujando a un número creciente de jóvenes a emigrar ante la falta de respuestas a las demandas de una mayor justicia social en un contexto de deterioro de la situación económica a causa de la Covid-19.
El ensayo de Mohsen-Finan reconstruye la evolución política de Túnez durante la última década a través de un minucioso análisis de las dinámicas internas de este proceso de transformación política, así como sus interacciones con un contexto regional en el que las presiones contrarrevolucionarias impulsadas por Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí se intensifican a partir de 2013. La lectura de los 11 capítulos que componen el libro ayuda a comprender por qué esa visión laudatoria hacia la transición tunecina, muy extendida en los análisis realizados desde el exterior, es matizada por amplios sectores de la sociedad en el interior del país. Para la autora no es la experiencia revolucionaria que acabó con la dictadura de Ben Ali en 2011 lo que una parte de la población cuestiona, sino el modo en el que las élites han pilotado un proceso de transición política que ha priorizado los aspectos institucionales en detrimento de las expectativas de justicia social, dignidad, fin de la corrupción y superación de las desigualdades sociales, económicas y territoriales que hace una década estuvieron en el origen de las movilizaciones.
Este divorcio de agendas entre las élites políticas y el pueblo, que en 2011 se autoerigió en sujeto político con el eslogan “al-chaab yurid isqat al-nizam”, se encuentra en el origen del aumento de la desafección hacia el sistema político y sus actores institucionales, claramente visible en las últimas convocatorias electorales de 2018 (municipales) y 2019 (presidenciales y legislativas). Junto al aumento de la tasa de abstención en los sucesivos comicios, la autora del ensayo considera el importante respaldo obtenido por las listas independientes un indicador adicional de la desafección de la sociedad tunecina por los partidos y la clase política. Ese distanciamiento queda reflejado también en el apoyo obtenido por candidatos con opciones populistas y programas antisistema. Ningún candidato de los partidos políticos con representación parlamentaria consiguió pasar a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2019 en las que el empresario Nabil Karui compitió con Kais Said, un outsider sin respaldo de ninguna estructura política, que finalmente consiguió ser elegido presidente de la República con el 72,7% de los votos con un programa político sustentado en el proyecto de refundar el sistema político establecido en la Constitución de 2014.
«El importante respaldo obtenido por las listas independientes un indicador adicional de la desafección de la sociedad tunecina por los partidos y la clase política»
El creciente apoyo a opciones populistas y antiestablishment supone una clara penalización del electorado a la estrategia de consenso pactada en 2013 por el líder del partido islamista Ennahda, Rachid Ghanuchi, y el líder del partido secularista Nida Tunes, Beji Caid Essebssi. Aunque aquel compromiso histórico entre fuerzas ideológicamente antagónicas permitió desactivar el clima de polarización identitaria que estuvo a punto de hacer descarrilar la transición durante el periodo de redacción de la Constitución, la vía consensual sobre la que se articuló la vida política entre 2014 y 2018 consagró un statu quo alejado de las expectativas de cambio que la revolución había alimentado. En un contexto regional adverso para las fuerzas islamistas que llevó a que los Hermanos Musulmanes en Egipto sufrieran una feroz represión tras el golpe de Estado liderado por el mariscal Al Sisi, el acuerdo alcanzado se sustentó en la normalización de Ennahda a cambio de su respaldo a la reintegración en el juego político y económico de la antigua élite benalista, abandonando las posiciones que en este tema habían mantenido hasta entonces.
Este consenso y los acuerdos transaccionales suscritos en el marco de gobiernos de unidad nacional perpetuaron el statu quo económico y social, alimentaron el malestar en las regiones periféricas del país y en los sectores más vulnerables como el de los jóvenes y los diplomados en paro, al no ver satisfechas sus expectativas de acceso al mercado laboral. A la parálisis en la acción gubernamental producida por la existencia de gobiernos heterogéneos y poco cohesionados se añade las recurrentes tensiones competenciales entre las principales instituciones del país en el marco de un sistema político de carácter semipresidencialista, lo que ha dificultado la acción de los diferentes gobiernos. La opción por este sistema híbrido en el que la Presidencia de la República solo mantiene competencias en los ámbitos de la defensa y las relaciones exteriores, respondía a la voluntad de impedir la concentración de poderes. A ese mismo objetivo respondía el sistema electoral proporcional adoptado para dificultar la consecución de mayorías absolutas, lo que ha dado lugar a parlamentos muy fragmentados y en muchos casos disfuncionales.
Mohsen-Finan pone el foco en estas dinámicas intra-élites y en las tensiones institucionales que han mermado la confianza de la población tunecina en una clase política incapaz de responder a unas demandas que no solo no han desaparecido, sino que siguen activas tal y como ha demostrado la oleada de protestas que ha tenido lugar en muchas regiones del país coincidiendo con el décimo aniversario de la revolución y en las que se volvieron a corear eslóganes similares a los de 2011.