Tras un año de mandato, y teniendo en cuenta los últimos movimientos, crece el escepticismo ante la posibilidad de que Trump alcance una solución a la cuestión israelo-palestina.
Ya hace más de un año que Donald Trump ganó las elecciones a la presidencia de Estados Unidos, y desde entonces una parte del mundo especialmente interesada en su victoria es presa de la agitación. Por supuesto, no se puede culpar de todas las crisis de Oriente Medio al polémico multimillonario que ocupa actualmente la Casa Blanca; la mayoría de ellas preceden con mucho a su llegada. Aun así, en el ambiente reina una alarmante sensación de inestabilidad y, desde luego, en este caso no se trata de “noticias falsas”.
A finales de noviembre, Trump hizo una de sus típicas promesas en Twitter, su medio preferido de comunicación pública. Se comprometió a “pacificar el caos que había heredado” en la zona. No se le conoce por su dominio de una materia que ha requerido la atención de todos los presidentes desde 1945. Sin embargo, este año y el próximo se celebran los centenarios de unos acontecimientos históricos que pueden ayudar a explicar la realidad actual: el final de la Primera Guerra mundial, la derrota del Imperio Otomano, el reparto de las esferas de influencia británica y francesa, y la Declaración de Balfour, que prometió un “hogar nacional judío” en Palestina. A raíz de esta última se estableció el sistema de Mandatos y surgieron los Estados árabes de Irak, Siria, Líbano y Jordania. Por otra parte, en mayo de 2018, los israelíes celebrarán su independencia, mientras que los palestinos llorarán la Nakba, el desastre que desembocó en la pérdida de su tierra en 1948.
Setenta años después se puede afirmar que la cuestión palestino-israelí sigue siendo el conflicto más duradero y divisivo de…