Tres reseñas sobre el legado europeo de Merkel
Una ventana a un mundo que ya no existe
Merkel ascendió aupada por su condición de mujer joven y del Este. Pero no fue fácil sobrevivir en un mundo de hombres del Oeste.
Por Ana Carbajosa
Aquel jueves de 1989, Angela Dorothea Merkel fue con su amiga a la sauna, como cada semana. Después tomaron una cerveza. Pero aquel no era un jueves cualquiera. El jerarca de la República Democrática Alemana, Günter Schabowski había anunciado que los ciudadanos de la Alemania oriental podrían cruzar al Oeste. El muro de Berlín había caído y con él, la RDA y el mundo como lo conocíamos hasta entonces. El ambiente era embriagador, pero la joven Merkel, tras dar un breve paseo por el Oeste volvió a su casa a las once porque al día siguiente tenía que trabajar en la Academia de Ciencias de la RDA. No se alteró. Mantuvo la cabeza fría.
Esta es solo una de las anécdotas de las memorias de la primera mujer canciller de Alemania. Constituyen un retrato personal y minucioso de la historia moderna de Alemania y de Europa a través de la vida de la política conservadora. Merkel se mantuvo en el poder durante cuatro mandatos consecutivos y dejó la vida pública por decisión propia, sin perder una elección y con las encuestas a su favor. Toda una rareza.
Sus memorias son la historia de una mujer que ha tenido dos vidas. Una, de 35 años en la Alemania comunista y una segunda, en el país ya reunificado que gobernó durante 16 años con éxito.
«Es un retrato personal y minucioso de la historia moderna de Alemania y de Europa a través de la vida de la política conservadora»
Comprender la primera vida de Merkel, en ese país que ya no existe, resulta fundamental para entender la personalidad de esta figura histórica, con una forma de hacer política que le ha proporcionado incontables éxitos: el llamado método Merkel.
En la RDA aprendió a ser precavida, a callar ante las preguntas-trampa de los profesores, deseosos de averiguar, por ejemplo, si veían la prohibida tele occidental. Aprendió a leer entre líneas y a esperar. A ceder y a moverse dentro de lo posible. “La vida de la RDA era una vida de equilibrios constantes”, cuenta Merkel, en la que todos eran conscientes de que si traspasaban los límites políticos, su vida podía cambiar en un instante. Todo eso ha dado lugar a la “política de los pasos pequeños”. Prudente, paciente, medida y capaz de escuchar y comprender a su interlocutor, ha sabido esperar y levantarse de la mesa de negociación en el momento adecuado, casi siempre, con un acuerdo debajo del brazo.
Describe Merkel cómo la RDA se fundió en una exitosa reunificación con unas cicatrices que ahora son apoyo a la extrema derecha. En el Este del país, la ultraderecha más radical no deja de cosechar éxitos electorales complicando hasta el extremo la gobernabilidad.
Su segunda vida, la de después de la caída del muro de Berlín, arranca cuando abandona su carrera científica y se apunta a Despertar Democrático que se fundiría con la CDU, la Unión Democristiana. Escaló rápido por su capacidad, pero también por ser mujer, joven y del Este. Era una figura muy necesaria en aquel momento histórico, pero su ascenso estuvo cargado de obstáculos. Sobrevivir entre hombres del Oeste, donde Merkel era un “cuerpo extraño”, supuso una lucha que ha perdurado hasta el final de su carrera.
«La Alemania del Este se fundió en una exitosa reunificación con unas cicatrices que ahora son apoyo a la extrema derecha»
Sus memorias transmiten la sensación de que nunca fue realmente aceptada en su partido. En parte por venir del Este, pero también porque representaba una versión más centrada del conservadurismo político alemán. Se dice que “socialdemocratizó” la CDU, y es cierto. Logró acaparar el centro político alemán asegurando a la CDU, durante más de tres lustros, el poder que tanto ansiaban los que siempre la subestimaron.
El perro del zar y la canciller
Nadie conocía a Putin como Merkel, pero su parálisis frente a él durante años enturbia su legado, aunque trate de ocultarlo.
Por Ana Alonso
Angela Merkel, la primera mujer canciller de la República Federal de Alemania, es una mujer que ha marcado los primeros años de Europa en el siglo XXI. Los 5.860 días que estuvo al servicio de su país, se caracterizaron por la búsqueda del bienestar de la comunidad y la pasión por esa libertad como ciudadana que descubrió siendo ya adulta.
Hay que reconocer que contribuyó a salvar el euro, aunque los países del Sur la recordaremos como la reina de la austeridad, una vocación que ahora atenaza a Alemania por el corsé del gasto fijado en la Constitución. “Si fracasa el euro, fracasará Europa… El euro era algo más que una moneda, simbolizaba la irreversibilidad del proceso de unificación europea”, asegura Merkel sobre aquella batalla posterior a la crisis financiera.
También fue valiente, aunque el costo político fue grande, al permitir la llegada de refugiados en el verano de 2015. Era cues- tión de humanidad, aunque esa humanidad se difuminó con acuerdos posteriores con países como Turquía. El pragmatismo se impuso.
De lo más singular de estas memorias son los comentarios respecto a los líderes con los que trabajó: el buen humor de George W. Bush, la empatía con Nicolas Sarkozy, la agudeza de François Hollande, la admiración por Donald Tusk. Y la presencia inquietante: Vladimir Putin, a quien conoce en sus inicios como sucesor de Boris Yeltsin.
«Sorprende que, incluso en retrospectiva, Merkel no admita errores en la relación con la Rusia de Putin»
Si hay alguien que ha tratado de cerca a Putin, y en su propio idioma, –él habla mejor alemán que Merkel ruso–, es Angela Merkel. Y da testimonio de ello. Refleja una conversación en Tomsk (Siberia) en enero de 2007 en la que Putin ya le muestra su vocación autocrática: asegura que jamás tolerará veleidades democráticas en Rusia y le insinúa que jamás dejará el poder. Y para marcar territorio, sabiendo de su aversión a los perros, en otra ocasión le coloca a su leal Koni a los pies.
Por ello sorprende que incluso en retrospectiva Merkel no admita errores en la relación con la Rusia de Putin. No reconoce equivocaciones, es como si al hacerlo fuera a perder su credibilidad. En el caso de Putin es llamativo porque si había una líder en Europa que conocía bien al ex agente del KGB, era ella. Incluso sigue justificando su rechazo frontal, con la oposición de Bush, a que se abriera la puerta de la OTAN a Ucrania y Georgia en Bucarest, en 2008. Ya sabía entonces Merkel que Putin tenía ambiciones imperialistas a las que no iba a ceder, pero siguió confiando en que había que negociar con Rusia por ser una potencia nuclear.
Su explicación sobre por qué los dirigentes de los países de Europa Central y Oriental se negaban es sorprendente. “Muchos europeos del centro y el este contaban con pocos incentivos y parecían desear que simplemente el país [Rusia] desapareciera, que no existiera. No podía culparles por ello, habían sufrido el dominio soviético durante mucho tiempo, y a diferencia de nosotros en la RDA, después de 1990, no habían tenido la suerte de contar con una reunificación pacífica y en libertad con una RFA profundamente arraigada en la Alianza europea y transatlántica”. Precisamente por eso mejor que nadie debería comprender que la amenaza de Putin es existencial, no circunstancial.
«Conocer a Putin, al que observa con la curiosidad de antropóloga, no le llevó a aumentar el presupuesto de defensa alemán»
Conocer bien a Putin, al que observa con la curiosidad de una antropóloga, no le llevó a aumentar el presupuesto de defensa alemán (llegaba apenas al 1,3% al final de su mandato), ni a buscar otras fuentes de energía, ni a respaldar las pretensiones de Kiev, ni siquiera después de la anexión de Crimea.
Siguió confiando en que con el zar y su perro se puede negociar. Aún hoy dice Merkel que Rusia no puede ganar la guerra, no que Ucrania tenga que salir victoriosa. Esa parálisis durante años frente a Putin enturbia su legado, aunque trate de ocultarlo en el libro con ríos de palabras.
La herencia envenenada de Merkel
La versión muy ‘merkeliana’ de una vida que pasó de la acomodación al régimen comunista a encarnar el poder alemán en Europa.
Por Aurora Mínguez
“El 8 de diciembre de 2021, tras dieciséis años, cesé en mi cargo como Canciller (…) lo abandoné con alegría en el corazón”. Es muy fácil de entender el porqué. Angela Merkel se marchaba de la política activa, cansada y hasta desmotivada, dejando tras de sí graves problemas sin resolver. Se superó la crisis económica, sí, pero no se logró atar firme a los mercados, así que han seguido campando a sus anchas, sin controles, y continúan amenazando a los gobiernos cuando éstos atraviesan dificultades económicas.
Alemania se autoimpuso y estableció en Europa unas exigencias en materia de control de la deuda y el déficit público que nos ahogan y que han quedado ancladas en nuestras Constituciones.
Cada vez hay más voces en la República Federal que piden una reforma del Freno a la Deuda Pública, la Schuldenbremse, porque está lastrando el crecimiento económico e impidiendo las necesarias inversiones públicas. Ha fracasado la política de acercamiento y de appeasement que Merkel intentó una y otra vez con Putin.
«Europa está cada vez más desunida, necesitada de un líder con ‘auctoritas’, y no sabe cómo frenar en seco la llegada de inmigrantes»
Europa está cada vez más desunida, necesitada de un líder con auctoritas, y sigue sin saber cómo frenar en seco la llegada de inmigrantes. Peor aún, la Unión Europea se está olvidando de sus propios valores –el valor de la dignidad humana, la solidaridad– para no perder posiciones frente a una extrema derecha cada vez más fuerte y asertiva.
¿Es realmente sincera Angela Merkel a lo largo de estas casi 800 páginas de sus memorias? ¿Responde Libertad a todas las expectativas acerca de las confesiones de una política que fue en su momento definida como “la más poderosa del mundo”? Creemos que no. Lo que queda claro es que Merkel fue siempre pragmática: no se sentía a gusto con el régimen de la Alemania del este, pero tampoco se rebeló. Cuando cae el Muro, y en apenas un año, pasa de ser una persona anónima a portavoz adjunta del primer gobierno democrático germanooriental. Esto llama la atención en Bonn y a Helmut Kohl, quien la nombra, a pesar de su inexperiencia y de su origen germanooriental, dos veces ministra y secretaria general de la CDU.
«¿Es realmente sincera Angela Merkel a lo largo de estas casi 800 páginas de sus memorias?»
El escándalo de la financiación ilegal del partido democristiano (1999) marca un momento clave en la biografía de Merkel: el asesinato político de su mentor y “padre político”. Angela Merkel pide públicamente la marcha de Kohl, y se hace con la presidencia del partido poco después. Llevaba sólo nueve años y medio afiliada a la CDU. Otra plusmarca. Pero no fue fácil: “Tuve que aprender por las malas y tuve que luchar por mi autoridad en el partido que se había convertido en mi hogar”.
Nadie puede negar que Merkel, conocedora de sus limitaciones, se esforzó y trabajó mucho, antes y después de llegar a la Cancillería. Se encontró con situaciones inéditas y buscó a personas y expertos preparadísimos –muchos de ellos con experiencia internacional– para ayudarla a tomar decisiones que iban a tener un efecto global: “Eran decisiones que, a veces, tomé tarde, pero nunca fueron precipitadas ni impulsivas”.
A diferencia de lo que ocurre hoy, hay que subrayar que Merkel tuvo la fortuna de que el Eje Franco Alemán funcionara correctamente, tanto con Nicolas Sarkozy como con François Hollande, y que su búsqueda tenaz de consensos ayudó a cumplir sus objetivos de entonces. Merkel luchó por obtener “su” libertad, otros vieron limitadas “sus” libertades por el diktat merkeliano. Y ahora todos nos preguntamos si “nuestras” libertades no van a estar muy pronto en peligro.