Ni aislamiento, ni enfrentamiento. La única opción es hablar con Irán. ¿Sobre qué? ¿De qué forma? ¿Con quién? Afganistán, Irak, energía, proliferación, conflicto árabe-israelí… EE UU tiene mucho que ganar y poco que perder si cambia su política de las tres últimas décadas.
El hecho de que Irán siga siendo un asunto de seguridad nacional de primer orden demuestra que los esfuerzos realizados por Washington durante décadas para modificar el comportamiento de Teherán aislando al país política y económicamente no han dado sus frutos. Treinta años después de la revolución de 1979, Irán sigue siendo, según el departamento de Estado, el “más activo” protector del terrorismo; se opone radicalmente a la existencia de Israel, sigue haciendo avances en cuanto a sus ambiciones nucleares y reprime a su propia población. Más que cualquier administración estadounidense anterior, la del presidente George W. Bush ha intensificado sus esfuerzos para contrarrestar la influencia regional iraní y debilitar a su gobierno. Sin embargo, la influencia internacional de Irán es hoy mayor que nunca y los partidarios de la línea dura tienen monopolizado el poder en Teherán.
Ahora que la administración de Barack Obama se prepara para asumir el gobierno, el antiguo debate político de Washington sobre si se debe o no “involucrar” a Irán ya no resulta constructivo. Teherán es una parte esencial de varios asuntos de vital importancia para la política exterior de Estados Unidos, concretamente Irak, Afganistán, la paz árabe-israelí, el terrorismo, la proliferación nuclear y la seguridad energética. Rehuir a Irán no va a mejorar ninguno de estos problemas; enfrentarse a él por la vía militar los empeoraría todos, y la opción que nos queda es la de hablar con Teherán. La dificultad, sin embargo, radica en los detalles. ¿Con quién deberíamos hablar en Irán? ¿Sobre qué deberíamos hablar? ¿Y cómo deberíamos…