El pasado es un país extranjero, como bien nos avisó L. P. Hartley: “allí se hacen las cosas de distinta manera”. En efecto, en 1987 las cosas eran muy distintas. Desde el contenido de los bolsillos españoles, sin euros ni teléfonos móviles, al panorama geopolítico, aún dominado por dos superpotencias enfrentadas en una guerra fría, era otro mundo. Sin embargo, pese a ciertos vaivenes y momentos de zozobra, el papel de los libros como generadores y difusores de conocimiento y modo de expresión de la inteligencia y la creatividad humanas se ha mantenido.
Los avances tecnológicos y educativos (que facilitan tanto la producción material como la creación y el consumo de los textos) han permitido un aumento exponencial en la cantidad de libros disponibles. En 1338, la biblioteca de la Sorbona, la más importante de Occidente en ese momento, tenía 300 libros, menos que una guardería de barrio contemporánea (aunque si contamos volúmenes eran 1.700, una casa actual bien surtida, vaya). Haciendo un cálculo a la baja de la producción editorial solo en España en estos últimos 30 años, hablamos de más de un millón y medio de títulos. Seleccionar entre todos ellos unos cuantos que den razón de este intenso periodo histórico es una tarea condenada al fracaso. Intentemos que al menos sea un fracaso ameno.
El primer gran debate intelectual que surgió tras la caída del muro de Berlín fue acerca del mundo que empezaba (para entender el mundo previo, es fundamental la obra de la periodista bielorrusa y premio Nobel de Literatura Svetlana Alexievich, sobre todo El fin del homo sovieticus, de 2015, y Voces de Chernobil, de 1991). En El fin de la historia y el último hombre (1992), el profesor estadounidense Francis Fukuyama desarrollaba la idea de que el desmoronamiento de la Unión Soviética…