El 13 de diciembre se confirmó el acuerdo sellado el 11 de octubre por un apretón de manos entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el vicepresidente chino, Liu He, en el Despacho Oval de la Casa Blanca. Se requirieron dos meses para acabar de amarrar los puntos del acuerdo. La confirmación llegó a punto para evitar un nuevo arancel del 15% sobre los 165.000 millones de dólares de importaciones americanas procedentes de China todavía libres de gravamen. Además, EEUU reduce a la mitad los aranceles que pesan sobre los restantes 360.000 millones de importaciones chinas. Trump anunció la tregua como la “primera fase” de un acuerdo, dejando claro que no entierra todavía el hacha de guerra. El presidente se desdecía, como acostumbra, de su anterior posición, según la cual o hay un acuerdo que cambie el marco de la relación económica entre los dos países o nada.
China, por su parte, canceló la nueva tanda de aranceles que tenía prevista si EEUU hubiese impuesto la suya el 15 de diciembre. Además, se ha comprometido a comprar, según fuentes estadounidenses, 40.000 millones de dólares anuales de productos agrícolas, sobre todo soja y carne de cerdo y de pollo. Pero la parte china parece que insiste en que será el mercado el que decida el monto de sus compras (mando este texto a la imprenta justo después del anuncio del acuerdo, sin que haya aparecido en la prensa su texto). Asimismo, China ha tomado una serie de medidas, en teoría unilaterales, encaminadas a una mayor apertura del mercado chino y a tratar a las empresas extranjeras de forma menos discriminatoria. En marzo de 2019 adoptó una nueva Ley de Inversión Extranjera que criminalizaba el robo de propiedad intelectual y facilitaba el acceso al mercado, así como a las licitaciones….