El camino no es fácil, pero los dos países tienen un potencial intelectual y operativo significativo. La contra-revolución sigue siendo la obsesión de los ciudadanos.
En el marasmo de revoluciones que se esfuerzan por encontrar el final del túnel como en Libia, Yemen y Siria, parece que los dos países que han consumado las suya (Túnez y Egipto) atraviesan un periodo transitorio crítico y lleno de convulsiones. Una vez dicho esto, el cambio radical acaecido en ambos países es un acontecimiento histórico en todas sus dimensiones e inspira en gran medida cambios parecidos en la escena regional. Resultaba imposible prever estos levantamientos populares y, por tanto, no hay que manifestar remordimientos ni extenderse en explicaciones para contestar a la pregunta que no deja de plantearse: ¿por qué ahora? En cambio, un análisis contrastado de la escena política árabe y de determinados fenómenos que la han convulsionado durante la última década, nos llevan a entender mejor el surgimiento de estas insurrecciones.
Egipto conoció desde el inicio del segundo milenio una efervescencia de movimientos contestatarios y una movilización social de gran envergadura. El número de concentraciones y huelgas en los diferentes sectores era considerable. De este modo, pudieron surgir nuevas formaciones políticas en forma de coalición (Kifaya, 2004). Además, el espacio para la expresión era relativamente abierto en los medios de comunicación privados, lo que ayudó a construir o consolidar una conciencia pública que rechazaba el statu quo…