Rasha Azab se mantuvo desafiante y sonriente, mientras decenas de mujeres simpatizantes la rodeaban en una marcha improvisada de camino a la fiscalía de Al Basatin, en El Cairo, el 26 de febrero de 2022. Azab, conocida activista política, periodista y escritora, había sido citada en la fiscalía acusada por el director de cine Islam el Azzazi de «difamación», «calumnia» y «acoso» . Pero el verdadero delito de Azab había sido simplemente expresar su solidaridad con las víctimas de agresiones sexuales que salieron a la luz hace un año acusando al director Azzazi de graves delitos de agresión y violación.
Azab no fue la única que expresó su solidaridad compartiendo en las redes sociales las historias de las tres mujeres anónimas que acusaron a Azzazi de agredirlas: numerosas activistas, no solo acompañaron a Rasha al juicio, sino que se presentaron voluntariamente como testigos en el caso. Además, cientos de mujeres, en Egipto y en el resto del mundo árabe, firmaron peticiones en línea expresando su solidaridad con las víctimas y con quienes las acompañan.
El contrapúblico feminista
Pero los crímenes de El Azzazi no podrían haber salido a la luz si no fuera por un creciente movimiento en línea contra la violencia sexual, cuyas raíces están en la movilización más amplia en torno a los derechos de las mujeres como parte del levantamiento de 2011 que derrocó el régimen autoritario de 30 años de Hosni Mubarak. A pesar del giro gradual de Egipto hacia la dictadura militar desde el golpe de Estado de 2013 que llevó al poder al actual presidente Abdelfatah al Sisi, y a pesar del implacable aplastamiento de casi todas las formas de oposición al régimen, el movimiento contra la violencia sexual sigue fortaleciéndose. Aunque ha ido creciendo de forma constante durante la última década, apenas había captado la atención de los analistas políticos y sociales sobre Egipto, de una forma inquietantemente similar al movimiento global #MeToo en Estados Unidos, iniciado en su mayoría por mujeres de color en 2006, pero que solo alcanzó relevancia cuando un grupo de estrellas de Hollywood se enfrentó al mega poderoso productor Harvey Weinstein en 2017. El movimiento contra la violencia sexual en Egipto no recibió una atención inmediata en los años que siguieron a la derrota del levantamiento de 2011, pero produjo un importante debate público y un movimiento contestatario en torno a los roles de género en las esferas pública y privada, planteando una serie de cuestiones hasta entonces tabú en el contexto del debate público dominante en Egipto. Entre estas cuestiones se encuentran el consentimiento sexual, la justicia de género general y transformadora, y la gestión de las denuncias de violencia de género en el trabajo, los hogares o la calle. De forma similar a lo que Nancy Fraser acuñó como un «contrapúblico subalterno», los grupos feministas millennial de todo el mundo han cobrado vida en Internet en los últimos años, creando nuevos contrapúblicos que tratan de resistirse a la exclusión histórica de los debates feministas sobre la autonomía corporal y la sexualidad (Fraser 1990: 58). Utilizando la violencia sexual como su principal herramienta discursiva, esos espacios en línea proporcionan contrapúblicos que compiten entre sí y que buscan superar la exclusión de las mujeres y los sujetos no binarios e introducir prácticas básicas de solidaridad entre ellos.
«La militarización, el auge del fundamentalismo islámico y el empeoramiento de la seguridad supusieron una mayor politización de los cuerpos de las mujeres»
Una de estas plataformas en línea, creada en 2020, es «El Modawana: Daftar Hekayat», un blog feminista que publica regularmente testimonios de primera mano de víctimas de violencia sexual, en los que los hombres acusados son identificados por sus iniciales, mientras que las mujeres se benefician de la seguridad que les otorga el anonimato; una práctica feminista destinada a proporcionar un espacio seguro para que las víctimas puedan hablar. Fue en este blog «Daftar Hekayat» donde tres mujeres anónimas publicaron sus testimonios acusando a El Azzazi, en los que narraban diversos incidentes de agresión sexual, violación y acoso. En el verano y otoño de 2020, la difusión de estos testimonios por las redes sociales tuvo tal repercusión que provocó amplias reacciones en los círculos cinematográficos de Egipto, incluida una declaración oficial del Festival Internacional de Cine de El Cairo en la que se afirmaba que el comité organizador está comprometido con una política de tolerancia cero hacia la violencia de género y que el largometraje de El Azzazi sería descalificado de la competición oficial si las acusaciones en su contra resultaban ser ciertas. En respuesta, El Azzazi presentó una serie de demandas por difamación contra varias activistas que se habían pronunciado públicamente contra él, lo que llevó a Azab a juicio.
La violencia de género como reivindicación
El caso de Islam el Azzazi representa el último incidente de una movilización feminista en curso en Egipto que se ha aglutinado en torno a la violencia sexual. Si bien el movimiento comenzó como parte de la ola de movilización más amplia que acompañó al levantamiento de 2011 y sus consecuencias, ha ido tomando vida propia. Aunque las mujeres han estado en el centro de diferentes formas de movilización política en Egipto durante los levantamientos, desde las manifestaciones hasta las elecciones, también han pagado el precio más alto por su participación. La creciente militarización, el auge del fundamentalismo islámico y el empeoramiento de las condiciones de seguridad supusieron una mayor politización de los cuerpos de las mujeres en público y en privado. Esto, a su vez, ha conducido a un aumento progresivo de los niveles de violencia de género desde 2011, ya sea a manos del Estado o de agentes privados, como han demostrado informes de los movimientos independientes por los derechos de las mujeres (Informe de la FIDH 2015). Pero la relación entre los legados de la revolución y el feminismo en Egipto dista mucho de ser sencilla. Muchas de las personas que se movilizaron en torno a cuestiones de violencia sexual durante y después del levantamiento, se sintieron decepcionadas por lo que percibían como una traición a las preocupaciones de las mujeres por parte del sector revolucionario en general. Esto, junto con una creciente conciencia feminista entre un mayor número de mujeres jóvenes de todo el espectro social y político, llevó a muchas a movilizarse en torno al tema clave de la violencia sexual como una forma de abordar también otras dimensiones de la discriminación de género en Egipto.
Varios grupos feministas lanzaron grandes campañas políticas y de opinión pública, tanto en espacios reales como virtuales, planteando importantes debates sobre la sexualidad de las mujeres y su derecho a la independencia, la movilidad y la autonomía corporal. Esas campañas han tenido un gran alcance y no se han limitado a las mujeres de clase media, educadas u occidentalizadas, sino que han llegado a mujeres de todos los ámbitos y todas las clases. Así, a pesar de la derrota del levantamiento egipcio y la vuelta al gobierno militar en 2013, el movimiento consiguió forzar al Estado a actuar por primera vez, emitiendo una enmienda legal para combatir los delitos de acoso sexual en 2014. Históricamente, esta fue la primera vez que se definieron las formas públicas de violencia sexual en el Código Penal, incluyendo la definición de lo que implica el acoso/agresión sexual (artículos 306 (a) y 306 (b) del Código Penal egipcio de 2014). Aunque muchas activistas criticaron la ley por considerarla inadecuada, supuso un hito legal.
«Las campañas feministas en línea juegan un papel clave a la hora de llamar la atención sobre la prevalencia de una cultura de la violencia sexual que afecta a todas las clases sociales»
Quizás mucho más importante que los limitados logros legales, el movimiento contra el acoso sexual en el Egipto posrevolucionario consiguió modificar el discurso público general sobre la violencia de género. Mediante la creación de una conciencia colectiva de la doble naturaleza del problema de la violencia de género, y de cómo se produce en los márgenes tanto del Estado como de la sociedad, consiguieron colocar las formas públicas de violencia de género en la agenda pública. Las mujeres se conectaron a Internet y ofrecieron testimonios sobre el acoso y los abusos a manos de maridos, padres, hermanos, novios, pero también de supervisores en el trabajo, agentes de policía mientras estaban detenidas, abogados y funcionarios que llevaban sus casos, y extraños en la calle. En el transcurso de esta ola de activismo feminista, las fronteras imaginarias entre el Estado y la sociedad, que a menudo se exageran para ofrecer relatos simplistas centrados en la persecución de las mujeres por motivos políticos o en las «raíces culturales» de la violencia de género, sin investigar la compleja relación entre ambos, se han sometido a un serio estudio. En toda la región (y no solo en Egipto), las feministas están reevaluando esta compleja relación, movilizándose de diversas maneras para combatir la matriz de la violencia directa del Estado y de la sociedad, y las redes de complacencia con las numerosas formas de violencia de género a las que se enfrentan las mujeres a diario.
De la noche a la mañana, varios casos destacados provocaron sensación en las redes sociales, lo que animó a más mujeres a denunciar las raíces estructurales de la violencia de género y la inmunidad legal, social y política que se concede a los agresores de todos los ámbitos. Los ejemplos van desde el caso de las estudiantes de clase alta de la Universidad Americana de El Cairo que denunciaron a un depredador sexual en serie, Ahmed Bassam Zaki, de haber acosado y agredido durante años a decenas de chicas mientras disfrutaba de inmunidad institucional; el caso de Basant, una joven agredida por decenas de hombres en las calles de la ciudad de Mit Ghamr, en el centro del delta del Nilo, que luchó por hacer justicia contra los autores y su abogado, que la chantajearon y mancharon su reputación; hasta el famoso incidente de Fairmont, cuando un grupo de hombres bien relacionados que cometieron una violación en grupo en 2014 fueron absueltos sin juicio, a pesar de las numerosas pruebas en su contra y de una campaña legal de un año para llevarlos ante la justicia. En todos los casos mencionados, las campañas feministas en línea desempeñaron un papel importante a la hora de llamar la atención sobre la prevalencia de una cultura de la violencia sexual en Egipto, que afecta a todas las clases sociales. Impulsada por una nueva generación de feministas que no temen dar nombres ni meterse en problemas por su solidaridad con las víctimas, ha surgido un nuevo contrapúblico, tanto en la realidad como en Internet, con acalorados debates en torno a la violencia de género y a las formas de justicia feminista que deben buscarse a la luz de las estructuras patriarcales tanto del Estado como de la sociedad.
Paradojas del movimiento
El futuro de esta oleada de activismo feminista aún está en pleno desarrollo. Sin embargo, hay una serie de paradojas internas y externas que definen y enfrentan a este movimiento. La primera es la del propio significado del feminismo. Aunque en Egipto se está debatiendo ampliamente un nuevo discurso feminista en torno a la autonomía corporal, parece haber varios «feminismos» que a veces están en desacuerdo. Una de las corrientes principales se centra en el empoderamiento individual y en la necesidad de que las mujeres «luchen por sus derechos». Este tipo de feminismo individualista se representa mediante relatos personales de empoderamiento a través del trabajo, la independencia y la ley como herramientas para la emancipación de las mujeres.
Este discurso, ampliamente difundido por mujeres influyentes y plataformas feministas en línea, fomenta la salvación individual a través de la concienciación y el empoderamiento, pero no aborda la naturaleza coercitiva de la estructura social y política que refuerza las normas sociales de género dominantes en la sociedad egipcia. Resulta irónico que el Estado autoritario fomente y celebre esta vertiente concreta del feminismo, al tiempo que ataca a las mujeres a las que considera que desafían los valores familiares tradicionales de un modo que va demasiado lejos. Podemos citar varios ejemplos como la detención de testigos clave en el caso Fairmont, así como de varias jóvenes influencers de TikTok que fueron procesadas por inmorales y tráfico de personas en Egipto. Por otro lado, está surgiendo una conciencia feminista colectiva que hace hincapié en la importancia de una organización feminista más amplia, que es intrínsecamente una forma de acción política, siendo la solidaridad feminista su principal acción. Todavía está por determinar si esta acción feminista colectiva podría evolucionar más allá de una campaña puntual y convertirse en un movimiento organizado y colectivo que pretende crear cambios más amplios en la sociedad y que podría producir nuevas subjetividades feministas que podrían ser inherentemente políticas.
La segunda paradoja está directamente relacionada con la primera: la relación de este movimiento en auge con el Estado. Dada la creciente represión política en Egipto, hay importantes sectores del movimiento que pretenden despolitizar las cuestiones de las mujeres y, en su lugar, plantear demandas directas basadas en derechos al Estado y sus organismos. Otras feministas insisten en que las condiciones estructurales de las mujeres en Egipto han sido, en gran medida, una mera extensión de la relación del Estado posterior a la independencia con las mujeres, una relación en la que éstas eran consideradas a menudo como guardianas de la esencia cultural de la nación. Así, a pesar del floreciente movimiento femenino contemporáneo, la capacidad de las feministas para incluir realmente esos derechos en la agenda política sigue siendo limitada, entre otras razones por la naturaleza del proyecto estatal posterior a la independencia y su incapacidad y reticencia a crear canales institucionales que permitan a las mujeres renegociar sus derechos. Además, el clima político de represión que impera en Egipto desde 2013 significa que el Estado como escenario para el activismo de las mujeres sigue estando no solo cerrado, sino mayormente hostil a las principales demandas feministas. Los poderosos vínculos históricos entre el proyecto estatal nacionalista y los roles esperados de las mujeres, han dado lugar a la actual situación contradictoria en la que se encuentran las mujeres egipcias: mientras que el discurso oficial estatal fomenta –al menos teóricamente– la consecución de más derechos públicos (educación, trabajo y participación política), las mujeres siguen enfrentándose a graves formas de desigualdad de género en el ámbito privado del hogar y la familia (Ahmed Zaki, 2015). Además, la violencia en la esfera pública ha aumentado como resultado de esta contradicción inherente entre los roles de las mujeres en los ámbitos público y privado, una contradicción que el Estado egipcio poscolonial no solo nunca resolvió, sino que en realidad perpetuó.
En tercer lugar, el emergente movimiento feminista egipcio tiene que asumir la cuestión de la interseccionalidad. En este caso, el feminismo interseccional no es solo una cuestión de identidad, sino un valor fundamental para establecer la agenda. ¿Forma el feminismo parte de un movimiento más amplio que cuestiona los roles de género y la heteronormatividad como elementos centrales del patriarcado contemporáneo en Egipto, o es un movimiento exclusivo para aquellos cuya identidad de género es la mujer? Esta cuestión de un movimiento inclusivo es cada vez más urgente, ya que asuntos como los crímenes de honor, la mutilación genital femenina (MGF), las pruebas de virginidad forzadas, la educación sexual, las reformas del Código Penal para garantizar el reconocimiento legal de la autonomía sexual de las mujeres y los derechos humanos de las personas LGBTQI+ se han entremezclado más que nunca, unidos ante un régimen político que declaró que la preservación de los valores familiares egipcios es una de sus principales herramientas de control social y político de la esfera pública. La persecución de las exhibiciones públicas de lo que los agentes del Estado consideran «indecencia» ha hecho que las mujeres y los miembros del colectivo LGBTQI+ corran un riesgo cada vez mayor. Sin embargo, la inclusividad y la interseccionalidad no solo incluyen la orientación sexual, sino también los sistemas de opresión entrelazados que suponen la continua privación de derechos capitalistas tanto de mujeres como de hombres. A medida que las mujeres de diferentes estilos de vida se unen a este creciente movimiento en línea, la necesidad de una lente interseccional y un plan de acción se hace más patente, para evitar la cooptación de este movimiento por el régimen militar neoliberal. El cambio de los «derechos de las mujeres» a las «contestaciones de género» y a una subjetividad y agencia colectiva multidimensional parece ser un punto de división entre los grupos y plataformas feministas jóvenes, y el cambio al feminismo interseccional proviene más de aquellos que ven las luchas de género y de clase entrelazadas.
Existe en Egipto un movimiento feminista emergente, que se apoya en el léxico global y en las herramientas del contexto local, y que actualmente está inmerso en una relectura crítica de lo que significa el feminismo en el Egipto contemporáneo. La actual ola de activismo podría ser el preludio de una futura movilización feminista más amplia que no se apoye ni en las estructuras organizativas convencionales como las ONG, ni en las conexiones transnacionales y globales, sino en una clara mezcla de ambas. Esta podría ayudar a una nueva generación de activistas feministas a cambiar radicalmente el discurso y la agenda de los derechos de las mujeres en el futuro.