Trabajos con sentido, antídoto para el malestar social
La pérdida de una persona radical, en la acepción de “perteneciente o relativo a la raíz”, empobrece la imaginación política. David Graeber, fallecido en septiembre de 2020, era una de esas personas que enriquecían la reflexión social.
Tras años de debate en torno a las ideas expuestas en un exitoso artículo publicado en 2013, publicó Trabajos de mierda. Un libro dedicado “a todo aquel que preferiría estar haciendo algo útil” que hoy es una referencia para pensar en el papel del trabajo en nuestras vidas.
Conecta, profundamente, con el malestar de millones de personas. Un malestar acrecentado, más transparente durante una pandemia que deja ver lo esencial frente a lo no esencial. En 2020 muchas jerarquías laborales se mostraron sin sentido; se reconoció el valor –y hasta se aplaudió– a las personas que llevan a cabo trabajos tan esenciales como el de la recogida de basuras, rompiendo con una estigmatización y desvalorización social arrastradas por años.
Graeber dedica su libro a otros empleos. A los trabajos sin sentido. No necesariamente sin reconocimiento social o mal remunerados; incluso habitualmente todo lo contrario. Un trabajo de mierda, para Graeber, es aquel que la persona piensa que no debería existir. Por innecesario o, incluso, porque el mundo sería mejor sin ese empleo.
Esa convicción genera insatisfacción, sufrimiento, rabia. En palabras del autor: “¿Acaso habría algo más desmoralizador que tener que levantarse pronto cinco de los siete días de la semana durante toda la vida adulta para realizar una tarea que uno, en su fuero interno, considera que no hace falta, que no es más que una pérdida de tiempo y/o recursos, o que incluso hace del mundo un lugar peor?”. Graeber concluye que “el daño moral y espiritual que produce esta situación es realmente profundo; es una cicatriz en nuestra alma colectiva, pero casi nadie habla de ello.”
The Economist, en la presentación de una entrevista sobre el libro, invitaba a pensar si el auge de los trabajos sin sentido podría contribuir al auge del populismo y la polarización. La reflexión sobre esa pregunta, por sí misma, hace recomendable la lectura del libro.
Graeber constata que en nuestra civilización, basada “en el trabajo como un fin en sí mismo”, se ha llegado a “creer que los hombres y las mujeres que no se esfuerzan más duramente de lo que desean en empleos que no les gustan son mala gente, indigna de recibir amor, atención o asistencia por parte de sus comunidades”. Y que “la reacción política de la mayoría de la gente al ser consciente de que dedicamos la mitad de nuestro tiempo a actividades que carecen totalmente de sentido o incluso son contraproducentes –por lo general bajo las órdenes de alguien que no nos gusta– es hervir de rabia por el hecho de que pueda haber otras personas que no han caído en la misma trampa.”
Graeber apunta que “la mitad del trabajo en nuestra sociedad podría ser eliminado y nadie notaría la diferencia” y que “podríamos convertirnos fácilmente en sociedades dedicadas al ocio y al placer, implantando una jornada laboral de veinte horas semanales, o incluso de quince.” Explora los efectos devastadores (“sentimientos de desesperación, depresión y aborrecimiento hacia uno mismo”) que suele provocar la violencia psicológica derivada de dedicar una parte importante de la vida a algo que se considera carente de sentido y destaca el impacto en generaciones jóvenes. Así, señala la tensión existente por el hecho de que aunque “en la mayoría de los países ricos, el actual grupo de población de 20 a 30 años es la primera generación en más de un siglo que, en términos generales, puede esperar oportunidades y niveles de vida considerablemente peores que los que tuvieron sus padre”. Esa generación debe enfrentarse a “implacables sermones de la derecha y de la izquierda sobre su derecho a sentir que tal vez se merezcan otras cosas”.
El libro señala lo difícil que resulta plantear como un problema social el hecho de que millones de personas vayan cada día a trabajar pensando que no tiene sentido. Vivimos en un contexto en el que “si alguien dice que una determinada política crea puestos de trabajo, no se considera aceptable responder que algunos trabajos no merece la pena tenerlos”. Graeber documenta efectos políticos de los trabajos de mierda; el círculo vicioso entre sufrimiento en el trabajo y placeres efímeros, superficiales y consumistas; el resentimiento frente a personas que trabajan en condiciones dignas, derivadas de la importancia social de su trabajo (como personas empleadas en el sector público u otros sectores con fuerte presencia sindical), para quienes optan por un trabajo útil o altruista pero esperan un sueldo elevado y buenas condiciones laborales.
Al mismo tiempo que señala que el libro no ofrece soluciones concretas, sino que destaca un problema que la mayoría de la gente ni siquiera reconoce, Graeber apunta a la renta básica universal como estrategia más deseable para abordar los problemas descritos. Desde la convicción, expresada en las últimas líneas, de que es necesario debatir sobre cómo sería una sociedad genuinamente libre.