Todos los cielos conducen a España
Un libro bien escrito: conviene en primer lugar agradecerlo. Hay detrás de Todos los cielos conducen a España un autor culto, José Manuel García-Margallo, buen manejador de sus citas. También un autor capaz de atar cabos y vincular distintas escalas de saber, acumuladas por un europarlamentario que ha sido luego, desde 2011, ministro de Asuntos Exteriores de España. Estas consideraciones, con sus muchos recodos, no se reúnen solo en el Palacio de Viana.
Hay intercambios en los que el estilo gira hacia la admiración entre emisor y receptor. Pero hay otros que constituyen un intercambio de conocimiento político. Ejemplos:
La candidatura al Consejo de Seguridad: la unión hace la fuerza. Carta a Marcelino Oreja, respuesta de este. Es uno de los grandes textos de estas Cartas desde un avión. Por el significado que tuvo para España convertirse en miembro no permanente del Consejo de Seguridad. García-Margallo recuerda los apoyos que tuvo la designación, sobre todo por parte de la monarquía española. Oreja escribe además sobre los años en que, desde 1960, acudía al palacio de Santa Cruz el ministro Castiella. Entonces la gran preocupación de España era el Sáhara.
El cambio climático o la fábula del escorpión y la rana. Un gran mexicano, en parte vasco, Ángel Gurría, contesta al autor con un texto hoy inseparable del Acuerdo de París del 12 diciembre de 2015. Esta es una de las grandes piezas informativas del libro. Razones económicas no disociables del asunto más complejo y amenazador del planeta. En este caso de una gran voz autorizada, la del secretario general de la OCDE. El autor define la amenaza del cambio climático como la teoría de los juegos: solo si todos los actores de la negociación caminan hacia una solución cooperativa podrá enfrentarse al reto, la peor y más apremiante de las advertencias mundiales.
Irán en el rompecabezas de Oriente Medio. Carta a Javier Solana y su respuesta. García-Margallo, interesado en la colaboración entre partidos, quiere primar el interés de España por encima de las ideologías. Por eso pide opinión a los implicados. Uno de ellos es evidentemente Solana. En su capítulo se refleja una admiración mutua. El ministro pide al exministro su ayuda en el complejísimo problema iraní. Solana responde enumerando las oportunidades que abrió la firma del acuerdo nuclear para detener la escalada armamentística en que entraba la antigua Persia. Dado el logro obtenido, Solana sugiere que se repita la fórmula ganadora, E3/EU+3: miembros permanentes del Consejo de Seguridad más Unión Europea y Alemania (aunque esta encabece la UE).
Paradojas del gigante chino. Carta a Eugenio Bregolat con su respuesta. Como en el caso de Irán se entrevé en este cruce de posiciones la admiración de García-Margallo por las antiguas culturas… y su admiración también por Bregolat. El ministro no cree que el expansionismo chino lleve a conflictos con Japón, Rusia e India. Pero tampoco que estemos solo ante un “tigre de papel”. Estamos recuperando el terreno perdido, escribe el ministro, pese a que “países como Francia o Reino Unido tengan un despliegue diplomático y consular diez veces superior al español”. La canciller Angela Merkel visita China todos los años, recuerda Bregolat. Hay que aprovechar las oportunidades que Pekín ofrece, pero defendiéndonos de su competencia. Hay una ventaja: China ha ayudado pero también ha sido ayudada en graves episodios. Se estima que Pekín dispone del 2% de la deuda española.
Cruce de cartas con un (especialmente capaz) diplomático, Enrique Mora: el ministro escribe a este silencioso, discreto y perceptivo profesional español, nacido en 1958 (García-Margallo en 1944). Leer con especial atención las páginas 45 y 46: dos puntos que no deben faltar en la estrategia de una política exterior para España.
Debo mencionar antes de terminar esta nota la carta clara de Felipe González, presidente del gobierno entre 1982 y 1996, indispensable. Entre otros asuntos, por una afirmación de González difícil de rebatir: en Política Exterior “el espacio que se pierde lo llenan otros. O sea, esta política no resiste el vacío”.
Otros contribuyentes de alto interés: el mexicano Enrique Krauze, la costarricense Rebeca Gryspan, con su carta en torno al recién desaparecido Alejandro Muñoz Alonso, que hasta hace pocos meses presidió la comisión de Asuntos Exteriores en el Senado. También el madrileño-bilbaíno Carlos Bastarreche, antiguo enviado (12 años) a la Reper en Bruselas; después, en años difíciles, embajador de España en París…
¿Qué tenemos exactamente ante nosotros? Un libro que quedará. Una obra de consulta en la que se plantean problemas apremiantes, o cuestiones de fondo, que han condicionado la política exterior española durante, al menos, el último medio siglo.