Al escribir esta nota no conocemos el desenlace de la decisión de la Casa Blanca sobre el ataque a Irak. En las últimas dos semanas han crecido las posibilidades, antes remotas, de que éste no se lleve a cabo, o al menos no se haga efectivo con el diseño original con que se planeó.
Se cruzan en la posible decisión varios elementos. En primer lugar, el hecho de que, por primera vez en su historia, Estados Unidos se ha sentido vulnerable y vulnerado. ¿Han interpretado los aliados europeos este hecho en toda su profundidad?
En segundo término, la versión americana: si Sadam se dejara inspeccionar, podría estar perdido. Hipótesis que choca con la mantenida por Rusia y China en el Consejo de Seguridad. Al final no tiene sentido discutir sobre cuestiones de hecho. La inspección que encabece Hans Blix, alto funcionario sueco de intachable trayectoria, no podrá quedar oscurecida por la propaganda. La verdad, casi toda la verdad sobre Sadam, acabará por aparecer.
Tercero, el presidente George W. Bush ofrece una imagen en la que se mezclan decisiones valientes con titubeos y desplantes. En los últimos tiempos, reacciones airadas del presidente han abundado más que los gestos reflexivos. Hay que lamentarlo no sólo por EE UU sino por la imagen de todos los occidentales ante las sociedades pobres del mundo musulmán o frente a las monarquías del golfo Pérsico. El primer objetivo de Bush, la captura o muerte de Osama bin Laden, no se ha logrado. Entonces la Casa Blanca parece hacer un giro hacia un nuevo-viejo enemigo, Sadam Husein, condenable por incontables motivos, pero cuyo vínculo con el terrorismo de Al Qaeda está por demostrar.
Cuarto, la administración Bush ha virado 180 grados, pero no tanto EE UU. Tampoco el mundo. La sociedad americana ha quedado tocada por los…