Érase una vez un chaval alto, rubio, ambicioso, llamado a lo más grande, hijo de un padre demasiado exigente, que quería ser parte de la alta sociedad de su ciudad, Nueva York. Pero esa alta sociedad era corrupta, y se juntó con malas compañías. Esas malas compañías sacaron lo peor de sí mismo, que a la vez fue lo mejor para llevarle a ser el magnate mundialmente famoso que fue. Por el camino se dejó los escrúpulos, la moralidad y la decencia.
The Apprentice. La historia de Trump (2024)
Ali Abbasi
123 minutos.
EEUU.
Así se podría resumir la esperada cinta del danés de origen iraní Ali Abbasi, The Apprentice (2024), donde encontramos un retrato de época, en el decadente Nueva York de los años setenta y ochenta, que sirve como escenario de la agitada trayectoria de Donald Trump.
The Apprentice, escrita por el periodista Gabriel Sherman, nos muestra la forja de un personaje, que empieza siendo Donald el hijo de Frederick, pero que termina convertido en el Trump que conocemos y que llegaría a la fama, al reconocimiento y a la gloria que tanto buscó. La mutación, a lo largo de la película, se explica desde su primer encuentro con Roy Cohn, controvertido abogado que trabajó en la cruzada anti-comunista de Joseph McCarthy. El letrado ejercerá como maestro, mentor y guía de un chaval “rubio, alto y guapo” y con potencial, pero con mucho que aprender.
«La cinta muestra la forja de un personaje que empieza siendo Donald, hijo de Frederick, pero termina convertido en el Trump que conocemos»
Hay tres reglas para ganar. Solo tres, pero hay que practicarlas siempre. Cohn –interpretado por un gran Jeremy Strong capaz de transmitir toda la oscuridad y debilidad final del personaje– es quien enseña a Trump esas reglas.
Son, de acuerdo con la parte final, la guía para el éxito de Trump, su piedra Rosetta para interpretar la realidad, las tres reglas que cualquier espectador puede identificar, aunque solo haya conocido en su faceta política: atacar, atacar y atacar; nunca admitir nada y negarlo todo; y jamás reconocer una derrota, más bien clamar por la victoria.
Uno de los mayores atractivos de esta producción es su cuidada puesta en escena y su estética visual. Más o menos hacia la mitad, en torno a la hora de metraje, esa estética visual cambia. El director abandona la textura granulada setentera y limpia la imagen. Lo hace coincidiendo con una entrevista en televisión en la que Trump –interpretado por un soberbio Sebastian Stan que cuida cada detalle verbal y no verbal, incluyendo el característico gesto de labios– ya es, por fin, Trump. El proceso ha culminado, la transformación ha tenido éxito. Trump ya no es el discípulo de Roy Cohn. Trump es ahora Trump.
La campaña de Trump 2024 dijo rápidamente, solo un día después de que se estrenara en Cannes, que la película era una basura. No es una película imparcial, ni tampoco esconde su propósito de enseñar un proceso de degeneración, pero hay una parte de humanización de ese primer Donald. Nos trata de explicar una lucha entre persona y personaje, entre el chico que llora la muerte de su hermano mayor y el personaje forzado a reprimir las emociones incluso en el entorno más íntimo. Gana el segundo, al menos en la película.
The Apprentice tiene el valor de las historias de parte. Trump, en la interpretación que hace Abbasi de esos años, participa de un sistema corrupto y decadente sobre el que erige su fortuna y su gloria, simbolizado en la Torre Trump de la Quinta Avenida.
En lo mejor, las interpretaciones y la realización; en lo peor, la vocación de hacer cine político cuyo éxito comercial se va a medir por la reacción más o menos furibunda del trumpismo, su campaña electoral y los satélites del movimiento MAGA.